El mapa político extraído ayer de las urnas vuelve a pintarnos algunas de las gruesas cicatrices que Lima y el Perú no han podido borrar de sus rostros en los últimos cuatro años.
Con la excepción de una mayor infiltración de la delincuencia en la carrera electoral municipal y regional y una mayor lupa crítica puesta sobre la escalada de corrupción, hemos llegado a la votación municipal y regional del 2014 sin haber logrado disimular ni corregir aquellas gruesas cicatrices del 2010.
Más de lo mismo ayer. Más de lo mismo hoy.
Desde el tema del transporte y la inseguridad en Lima, que arrancó tantas promesas de Lourdes Flores y Susana Villarán, hasta el avance de los movimientos regionales al interior del país, en medio del dramático repliegue de los partidos nacionales.
Desde la volatilidad electoral, que sigue dando sorpresas, como el segundo lugar de Enrique Cornejo en pos de la Alcaldía de Lima, hasta la pérdida del último bastión político que le quedaba al Apra, con la victoria de César Acuña sobre José Murgia en la región La Libertad.
Hay otras cosas que se repiten como el dominio político de Chim Pum Callao en el principal puerto del país y la herencia de inestabilidad y conflicto social, quizá ahora más grave que nunca, como resultado de los vacíos de autoridad y gestión del Gobierno Central sobre los gobiernos regionales.
Una rápida mirada a la edición de El Comercio del 4 de octubre del 2010 nos revela la escasa voluntad de cambio y reforma que trajeron consigo las autoridades entonces electas y que tampoco fue compensada por las representaciones gubernamentales y legislativas que las acompañaron.
Ni Lima ni el resto del país han logrado poner esta vez ningún segundo piso político importante sobre nada.
Lima vuelve a estar tan fragmentada como siempre, tan bloqueada distrital y provincialmente, que Luis Castañeda Lossio va a tener que convertirse, contra sus deseos y costumbres, en un mago del diálogo y la concertación, para sacar adelante un gobierno unitario metropolitano.
Y Humala, en lo que resta de su mandato, tendrá igualmente que dialogar y concertar para superar la inestabilidad que él mismo sembró en las regiones como candidato antisistema. Arrastra todavía en su haber la triste lección de Conga y la ruina de tres mil millones de inversiones mineras a causa de la complicidad electoral con Gregorio Santos que su conquista de la presidencia no pudo borrar.
En su última entrevista con El Comercio el politólogo Carlos Meléndez advierte que no podemos ir hacia 30 años sin partidos políticos. Y ya llevamos 25. Dentro de este tiempo crucial tenemos que contar los cuatro años políticos perdidos desde las últimas elecciones municipales y regionales.
La política peruana y el sistema electoral necesitan grandes reformas. Pero estas no podrán darse nunca sin diálogo ni concertación en todo el espectro político, incluidos quienes detentan el poder, como el presidente Ollanta Humala y su partido.