Hace tiempo que quería escribir sobre ellos, pero la pandemia y nuestra siempre indescifrable coyuntura política acapararon mi atención. Se trata de dos grandes maestros y amigos que fallecieron hace unos meses y que a lo largo de sus vidas destacaron en la docencia, además de legarnos importantes enseñanzas morales e intelectuales. Se trata de Carlos Fernández Sessarego y Ricardo Nugent López-Chávez.
Luego de estudiar en Francia y en España, me trasladé en 1969 a la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Allí, además de conocer amigos que hasta antes de la pandemia veía con frecuencia, tuve muy buenos profesores.
Una mañana del 1 de abril, sentado en unas de las carpetas del aula 101 y ansioso por escuchar mi primera clase sobre Derecho Civil, vi por primera vez a Carlos Fernández Sessarego, que por aquella época tenía ya un prestigio bien ganado. Desde su ingreso, pareció que el aula se iluminaba. Proyectaba un carisma especial, mientras que, con ágiles movimientos que demostraban un gran dominio de escena, empezaba a explicar el contenido del curso. Sus clases eran entretenidas y rigurosas; algo difícil de alcanzar.
Tenía frases que te sacaban del contexto de seriedad del aula. Por ejemplo, “quien se aprende de memoria el Código Civil será un mal abogado; hay que saberlo, entenderlo e interpretarlo”. Y también, “la universidad no está en el aula, está en la cafetería, porque allí están los grandes debates”. En el fondo, no se equivocaba.
Este brillante e imaginativo maestro fue luego mi amigo. Se casó con Rosa Fontenoy y luego fue padre de mi amigo Carlos, destacado politólogo y profesor.
Fernández Sessarego fue reconocido internacionalmente como el único y primer jurista latinoamericano creador de varias teorías de alcance universal (como la Teoría Tridimensional del Derecho). Además, integró la comisión encargada de redactar el Código Civil de 1984, junto a otros destacados juristas. A inicios de los 80 se mudó con una beca de investigación a Italia. De él, me quedan muchos recuerdos y el agradecimiento por haber prologado mi libro “Democracia directa y Derecho constitucional”.
La última vez que lo escuché disertar fue cuando el Colegio de Abogados de Lima le hizo un homenaje por sus 90 años. Brillante como siempre, a pesar de la edad.
Mi otro maestro y amigo fue Ricardo Nugent López-Chávez. No fue mi profesor en el aula, sino en las múltiples conversaciones que mantuvimos. Lo conocí cuando Gustavo Bacacorzo, otro destacado maestro sanmarquino, me convenció para que creara el curso de Ciencia Política en la Universidad San Martín de Porres. Era 1982, época en la que Ricardo se desempeñaba como Director de Economía de dicha universidad (de la que luego sería rector). Fue en esa casa de estudios en donde empezamos a forjar una gran amistad. En la casa de Ricardo nos reuníamos para conversar sobre derecho, política y sobre la vida, con una pequeña copa de vino al lado. Se casó con la capaz y solidaria abogada Olga Valverde.
Publicó muchos artículos especializados sobre derecho laboral y destacó como funcionario público y como magistrado, siendo integrante del Tribunal Constitucional (TC) y luego su presidente, en 1996.
Junto con Manuel Aguirre Roca, Delia Revoredo Marsano y Guillermo Rey Terry forma parte de esos demócratas principistas y valientes que declararon inconstitucional el intento de Alberto Fujimori para reelegirse en el 2000. Por ello, fueron injusta y arbitrariamente expulsados del TC, por decisión de un Congreso complaciente y sumiso al proyecto de Fujimori y de Montesinos para permanecer en el poder.
Esta injusticia produjo una gran indignación entre los catedráticos y los alumnos de diversas universidades del país que salimos a las calles a protestar. Este movimiento universitario fue el antecedente de lo que unos años después sería la marcha de los Cuatro Suyos y la denuncia de los ‘vladivideos’.
Es bueno hacer un alto en el camino, ante tanto dolor que nos causan los muertos por la pandemia y ante tanta preocupación al ver que dos de los poderes del Estado no pueden ponerse de acuerdo para enfrentar a un enemigo común como el COVID-19. El Perú tiene que estar por encima de sus eternas diferencias. Esa fue la lección que nos legaron estos dos maestros y amigos.