Iván Alonso

Después de un largo período de crecimiento, interrumpido solamente por la crisis rusa de 1998 y la pandemia, la economía peruana se encogió el año pasado, que muchos consideran, con alarmante alarmismo, el peor de los últimos 30 años. Pero fijémonos bien en la magnitud de la caída y el punto de partida: apenas 0,5% menos, según todo parece indicar, que el PBI más alto que hemos alcanzado, en términos reales, desde que tenemos cuentas nacionales. No es el peor de los últimos 30 años; es el segundo mejor año de la historia.

Nunca, salvo en el 2022, había producido tanto la agricultura peruana; y eso, a pesar de las lluvias, las marchas y la crisis de fertilizantes. Nunca hemos producido más cobre ni más hierro. Nunca, probablemente, hayamos exportado tanto.

Sí, es verdad que la inversión privada ha caído, pero era una caída esperable, hasta cierto punto, después del desembalse de inversiones que siguió a la pandemia. Aun así, se han invertido más de S/46.000 millones en el tercer trimestre del año pasado, el último para el que disponemos de cifras. En términos reales, es uno de los diez trimestres con mayor inversión privada de los que tengamos memoria. Como porcentaje del PBI, está por encima del promedio histórico; por encima, inclusive, del promedio de los últimos 30 años.

Hay que entender que los inversionistas no son autómatas. Invierten cuando tienen la expectativa de obtener una rentabilidad mínimamente aceptable. Con la cantidad de oficinas vacías y la caída en el precio por metro cuadrado de los departamentos, uno no esperaría que se construyan más edificios en este momento. No hay necesidad de invocar una supuesta falta de confianza para explicar lo que está pasando con la inversión. Nadie en su sano juicio cree hoy que le van a expropiar sus activos o que le van a imponer una tributación confiscatoria. Cuando la economía se sacuda del exceso de capacidad, en el mercado inmobiliario y en otros, la inversión comenzará de nuevo a crecer.

Pero ni siquiera es necesario que la inversión vuelva a crecer para que la economía lo haga. La caída de la inversión no significa que no sigamos sumando máquinas y herramientas que nos ayudan a producir más; solamente que las estamos sumando a menor velocidad. Antes de que la inversión vuelva a crecer, la economía habrá alcanzado un nuevo pico.

¿Estamos diciendo, acaso, que un gobierno de izquierda ha sido capaz de llevarnos a las puertas del cielo? No, no estamos diciendo eso. Podemos mirar hacia arriba a pesar del gobierno que tenemos. ¿Estamos diciendo, entonces, que la economía y la política marchan, como se dice, por cuerdas separadas? Sí, eso es, en parte, lo que estamos diciendo (aun cuando sea, de por sí, un acto de equilibrismo difícil de imaginar). Ni los pleitos adolescentes de la clase política ni el descubrimiento profundo de que hemos tenido “x” presidentes en “y” años parecen afectar mayormente a la gente en lo que un gran economista llamaba “the ordinary business of life”. Cuerdas separadas, en efecto.

Iván Alonso Economista