Juan Paredes Castro

Alguien convirtió en algún momento al en un instrumento de guerra. Primero, hacia afuera, contra la clase , considerándola sujeto criminal. Luego, hacia adentro, entre fiscales, en una cruel medición de fuerzas sobre quién puede más que quién.

Hasta las guerras entre cabecillas del crimen común y del tratan de evitar daños colaterales. La guerra entre fiscales compromete al , garante de justicia, y al sano equilibrio entre poderes. Y a ninguna autoridad legislativa o gubernamental se le mueve una pestaña.

Los odios por sí mismos representan animosidad e ira profundas. Los odios puestos al servicio de maquinarias de violencia legal encarnan un poder de destrucción imprevisible.

Perseguir el delito, como es misión del Ministerio Público, no supone necesariamente que las indagaciones e investigaciones de este organismo tengan que estar acompañadas de odios o venganzas como estímulo cotidiano. Por el contrario, nada en este debería exceder la serenidad, el buen juicio, la reserva y el respeto por los debidos procesos.

Resulta que, como ya llevamos años sin control de daños del Estado sobre esta peligrosísima desviación de funciones en uno de sus más importantes poderes, ahora asistimos a lo peor: la normalización de los excesos coercitivos del Ministerio Público frente a lo que este llama, como a casi todo, crimen organizado.

Claro que hay un responsable de lo que pasa. La pregunta es si él es parte de esta guerra. Si no lo es, la siguiente pregunta se cae de madura: ¿qué hace que no ejerce la más mínima autoridad? Sea titular o interino, el responsable se hace responsable de lo que supuestamente comanda.

Un torrente turbio de información elaborada y dirigida desde las propias “gargantas profundas” fiscales inunda los medios de comunicación sin la debida carga de evidencia o prueba. Entre el buen criterio de actualidad y el riesgo de ser y parecer tontos útiles de la soldadesca fiscal de odios encontrados, periodistas y medios debemos ponernos en guardia con el más fuerte de los escudos que aconseja para estos casos la profesión: nuestra feroz independencia, palabra mayor no siempre entendida y no suficientemente deslindada.

No son pocos los escombros que va dejando esta guerra sucia de odios sin absoluto control de daños. Vemos inmunidades, honras, dignidades, reputaciones, presunciones de inocencia y simple respeto humano y ciudadano por los suelos a nombre de héroes fiscales que no acusan, de aguerridos jueces que no sentencian y de villanos libres con más poder en el llano que en las alturas.

Mientras tanto, dónde encontramos el valor de la justicia que viene del pueblo y va hacia él. ¿En algún rincón de la o del ?

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Juan Paredes Castro es Periodista y escritor