Bjørn Lomborg
Director del Centro para el Consenso de Copenhague
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas para 2000-2015 están casi cumplidos, y el mundo es un lugar mucho mejor debido a ello. La pobreza en Perú se redujo de 1990 al 2010. En este país, en 1990, ocho de cada 100 niños hubieran muerto antes de cumplir los 5 años (hoy ese número bajó a 2 de cada 100).
Entonces, el mundo está ahora considerando cómo hacer el siguiente conjunto de objetivos para 2015-2030. Estos implicarán 2.5 billones de dólares de ayuda para el desarrollo, e incontables billones en presupuestos para países en desarrollo. Por lo tanto, tenemos que empezar a pensar en dónde podemos hacer el mayor bien (¿Deberíamos enfocarnos en las enfermedades, la contaminación del aire, la desnutrición, el agua potable o la educación?). La inclinación natural es decir “vamos a hacerlo todo”, pero por supuesto, hay recursos limitados, y gastar más en un tema deja menos para los demás. La priorización ocurre, nos guste o no.
Esta es la razón por la cual el Centro para el Consenso de Copenhague (CCC) ha pedido a algunos de los principales economistas del mundo que evalúen los costos y beneficios de muchos diferentes objetivos económicos, sociales y ambientales. Y, por supuesto, uno de los temas centrales tiene que ser la educación.
Desde la década de 1960, los organismos internacionales como la Unesco han propuesto el objetivo de 100% educación primaria. Pero en el 2014 todavía hay 60 millones de niños sin escolarizar y la comunidad internacional parece estar determinada a postergar el objetivo de 100% educación primaria hasta el 2030. Se supone que debía haberse logrado hace medio siglo.
La verdad es que es difícil conseguir algo al 100%, y ayudar al porcentaje más relegado es extremadamente costoso. Perú tenía un 90% de educación primaria completa en 1995, y aunque se incrementó hasta el 97% en el 2011, no está al 100%.
La respuesta habitual es pedir más ayuda internacional. Pero tal vez haya que preguntarse si podría haber un enfoque más inteligente. Hay muchos puntos de vista opuestos de cómo se debería gastar la ayuda y, en el mundo real, solo una parte se puede mantener adecuadamente.
El CCC encargó a George Psacharopoulos, ex economista del Banco Mundial, hacer un estudio de este importante pero polémico tema y recomendar modos en que los limitados fondos podrían ser mejor gastados en la educación en el mundo en desarrollo. Psacharapoulos tiene claro que los objetivos generales de alto nivel que se plantean actualmente –incluyendo la búsqueda continua de formación permanente e igualdad de derechos en la educación para todos– no son una base para la adopción de medidas eficaces. Partiendo de esta ambiciosa meta, se necesitan objetivos más claros para concentrar esfuerzos donde más se necesitan.
Mediante el análisis de los costos y beneficios de las diferentes etapas de la educación, él concluye que invertir recursos en la escolarización en la primera infancia (primaria y preprimaria) aporta más beneficios que si se los invierte en la enseñanza secundaria y superior.
Las cifras globales del Banco Mundial muestran que no solo la rentabilidad de la educación disminuye con cada etapa, sino que está inversamente relacionada con la prosperidad de un país. Esto significa, por ejemplo, que las relaciones costo-beneficio son mayores para la educación primaria en las zonas pobres. En África, por cada dólar gastado los beneficios son de U$25 para primaria, US$18 para secundaria y US$11 para la educación terciaria. No solo eso, sino que la educación de las niñas tiene una tasa de rentabilidad más alta que la de los niños, un reflejo de un prejuicio de género tradicional en muchas sociedades.
En consonancia con la tendencia, la educación preescolar tiene una tasa aun mayor de rentabilidad que la educación primaria. Los niños están en su etapa más receptiva y los padres pierden poco en concepto de aportes previsionales al enviarlos a la escuela. Los estudios también muestran que, inesperadamente, el jardín de infantes puede tener un efecto positivo en las ganancias de los adultos. Esto conduce a que la mejor meta propuesta sea: “Reducir en un 50% la proporción de niños que no asisten a preescolar en el África subsahariana”, que por cada dólar gastado redundará en US$33 de beneficio.
Adoptar un objetivo más ambicioso de 100% educación primaria para el África subsahariana equivaldría a US$7 de beneficio por cada dólar gastado; es rentable, pero está lejos de ser un buen uso de los fondos. Extender esto para proporcionar escolarización primaria universal ampliada a Latinoamérica lo reduce aun más, a solo US$5 por dólar gastado. Esto no quiere decir que no sea aún un objetivo válido para Perú, pero cuestiona si este es el lugar en donde el mundo puede hacer el mayor beneficio en primer lugar.
No todo el mundo estará de acuerdo con una definición tan obstinada de metas y, por supuesto, la política seguirá determinando gran parte del resultado final. Aun así, la investigación de Psacharopoulos ofrece argumentos económicos sólidos sobre cómo podemos hacer el mayor bien en los próximos 15 años si queremos enfocarnos en la educación.