Todo circo que se respete cuenta con un hombre bala y el que desplegó su carpa sobre nosotros el pasado 28 de julio no tenía por qué ser la excepción. La tradición dicta que tal personaje mantenga, secretamente, un romance con la mujer barbuda del elenco, pero en este caso esa máxima no se cumple: las mujeres, pertenezcan o no a la cuadrilla de saltimbanquis que hace más de seis meses nos aterra con su función continuada, tienden a rehuir la compañía de este particular bólido humano por asuntos que no aparecen en el programa del espectáculo o en los carteles que lo promocionan.
Como se sabe, el número de todo hombre bala consiste en salir disparado de un cañón con aspecto de reliquia y volar por un instante sobre las cabezas de la concurrencia. Una gloria fugaz, desde luego, pero siempre hay alguien que se ofrece para la chambita y, en esta ocasión, el voluntario fue el congresista Héctor Valer.
Interrogado este jueves acerca de la precariedad de su situación en el premierato y la posibilidad de que el Congreso le negase el voto de confianza cuando le tocara ir a solicitarlo, Valer proclamó: “Si el presidente lo considera, seré la primera bala de plata”. Y si bien el metal que eligió para caracterizarse puede ser materia de debate, la naturaleza del rol para el que se boleteó estuvo siempre fuera de discusión, por lo que no es extraño que terminase cumpliendo su sueño.
–Sin domador–
En realidad, el presidente Castillo ha de estar agradecido a Valer, pues él vino a cubrir un importante vacío en el reparto de la revista circense que cotidianamente nos despachan desde Palacio. Desde el principio, en efecto, fue fácil distinguir sobre la arena a contorsionistas (una tal señora Mendoza se destacó hasta hace muy poco en el oficio), así como a artistas del trapecio o del hambre. Y, desde luego, a una infinidad de bestias sin domador. Pero hombre bala, hasta ahora no se había visto.
Apremiado por las voces que clamaban por su licenciamiento, el todavía presidente del Consejo de Ministros solicitó ayer que el Congreso lo recibiera hoy para exponer “la política general del Gobierno y las principales medidas a adoptar durante la gestión de este Consejo de Ministros”: un inequívoco intento de precipitar las cosas. En su afiebrado desatino, daría la impresión, creyó que de esa manera forzaría, por la vía de la intimidación, a la representación nacional a otorgarle la confianza, o que por lo menos moriría matando.
Rápidamente, sin embargo, lo bajaron del caballo. O del cañón, si se quiere. “Nos reuniremos con la Junta de Portavoces, veremos la agenda y próximamente le daremos la fecha”, le respondió al poco rato la presidenta del Legislativo, María del Carmen Alva. Y para despejar toda duda, añadió: “mañana definitivamente no”.
Lo que vino después ya se conoce, pero llama la atención la nula consciencia que, a esas alturas del sainete, el congresista Valer tenía de la escasa gasolina que le quedaba para sostenerse en el cargo. A su lado, efectivamente, La Pampilla lucía como un surtidor inextinguible de combustible. Y a falta de otros indicios, ahí estaba el mensaje que, a pesar de la salivación, había emitido con toda claridad el ministro de Comercio Exterior y Turismo. “Amigo Héctor Valer, es necesario [que] dé usted un paso al costado en la PCM”, fue lo que escribió, horas antes del desenlace, en su cuenta de Twitter Roberto Sánchez, a quien se voceaba como posible premier desde la renuncia de Mirtha Vásquez.
Lo cierto es que Valer terminó saliendo disparado, aunque no precisamente en la forma que anhelaba: de la pólvora que demandó su eyección ni siquiera puede decirse que se gastó en gallinazos. Se trató a todas luces de una humillación a la que él contribuyó con denuedo, pero quienes han rozado el poder y son luego expulsados de sus parajes no ostentan generalmente la sensatez que hacer esa autocrítica requiere. Por eso, con la lealtad que se le conoce, cabe preguntarse ahora cuál será la actitud de Valer cuando la próxima moción de vacancia presidencial llegue al Congreso.
–Mujer de goma–
Mientras tanto, no obstante, la función debe continuar, y al hombre bala lo puede suceder en el premierato la mujer de goma o el encantador de serpientes. Y cuando el número a su cargo inevitablemente colapse, tomará su lugar el forzudo corto de entendederas o el lanzador de cuchillos miope. El asunto es que el resultado siempre será un desastre.
Pero por taimados, incapaces o patibularios que puedan parecernos los futuros titulares de la PCM o de cualquier otra cartera, no debemos dejarnos distraer. Todos ellos son y seguirán siendo una repelente y abominable anécdota. El responsable de esta descomposición a paso de polca que viene sufriendo el país es el presidente Castillo, reclutador impenitente de la morralla con la que finge gobernar. No por gusto suele sostenerse que, en circunstancias como estas, no corresponde hablar con los miembros del elenco, sino con el dueño del circo.
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