La semana pasada, la periodista Lourdes Fernández publicó una nota en este Diario en la que daba cuenta de que en el 2019 se reportaron 141 casos de acoso sexual en buses y estaciones del Metropolitano. Fernández menciona a un hombre que había escondido un celular en su lonchera para grabar debajo de las faldas de las mujeres y a otro que habría tocado a una menor de 11 años (¡11 años!). También la semana pasada leímos sobre un individuo que fue grabado masturbándose en un bus y que, luego de que se difundiera su rostro en las redes sociales, salió del Perú.
En su libro “The Cultural Politics of Emotion”, Sara Ahmed habla acerca de cómo “el miedo involucra un encogimiento del cuerpo. Restringe la movilidad del cuerpo precisamente en tanto parece prepararlo para la huida. Este encogimiento es importante: el miedo funciona para contener algunos cuerpos de tal forma que toman menos espacio”.
¿Y no es precisamente ese encogimiento lo que provocan los acosadores sexuales en el transporte público? Me refiero, por ejemplo, a cómo su presencia hace que decidamos no sentarnos en un sitio libre al lado de la ventana, porque eso implicaría tener que pasar demasiado cerca de ellos. Me refiero a cómo el bus parece tener menos espacios aptos para nosotras. De hecho, esto es algo que hace la mera posibilidad de la presencia de acosadores; para hacernos daño, no tienen ni siquiera que estar ahí.
La reflexión de Ahmed, por supuesto, no aplica solo a lo que sucede en los buses. Las mujeres vemos que la amenaza de la violencia también restringe, por dar otro ejemplo, el espacio en las calles. Sabemos que hay lugares oscuros, desolados o peligrosos para nosotras, en los que es mejor no transitar. En los que no podemos transitar. Esto por no hablar de las mujeres que son acosadas por exparejas o desconocidos. Para ellas, las calles se encogen todavía más. Podría seguir dando ejemplos, hablando de lugares y de peligros, pero no es necesario que lo haga yo; todos sabemos cómo sigue la lista.
No somos, por lo demás, las mujeres las únicas que vemos nuestros espacios restringidos, ni tampoco el miedo al acoso y la violencia de género lo único causante de esto. Pensemos, sino, en el racismo. El racismo también busca, y lamentablemente muchas veces consigue, deslegitimar la presencia de algunos cuerpos en ciertos espacios. Y aquí quiero citar a la escritora estadounidense Audre Lorde que recuerda lo que sucedió un día cuando, de niña, estaba en el metro en Harlem:
“Mi madre logra ver lo que es casi un sitio, empuja hacia él mi pequeño cuerpo enfundado en ropa para la nieve. A un lado mío, un hombre lee el periódico. Al otro, una mujer con sombrero de piel me mira fijamente. Sus labios se tuercen mientras me observa, luego baja su mirada, arrastrando la mía. Su mano enfundada en cuero tira de la zona donde se tocan mis pantalones azules nuevos y su elegante abrigo de piel. Con un movimiento brusco, se acerca el abrigo al cuerpo. Miro con atención. No veo esa cosa horrible que ella ve en el asiento, entre nosotras... una cucaracha, probablemente. Pero me ha contagiado su espanto. Por la manera en que me mira, deduzco que ha de ser algo muy malo, así que yo también tiro de mi abrigo para retirarlo de allí. Levanto la vista y veo que la mujer continúa mirándome fijamente, con las fosas nasales y los ojos muy dilatados. Y de pronto me doy cuenta de que no hay ningún bicho arrastrándose entre nosotras; a quien no quiere que toque su abrigo es a mí”.
El cuerpo de Lorde, a ojos de la mujer blanca, no pertenece allí, no de debe estar allí, ocupando ese espacio. Y pienso entonces cómo en el Perú algunos cuerpos son hechos sentir como si no pertenecieran ahí; como si tuvieran que encogerse o desaparecer; y cómo algunos cuerpos son, efectivamente, removidos de ciertos espacios. ¿No pasa eso cuando la gente se queja de que estén en el parque personas “que no son del distrito” (un eufemismo que todos sabemos lo que significa)? ¿No pasa eso cuando se niega el acceso de ciertos cuerpos a, por ejemplo, discotecas? ¿No pasa eso cuando estos cuerpos son asumidos como peligrosos solo por su color? Y la lista podría seguir, pero no es necesario que lo haga yo; todos sabemos cómo sigue.