En un excelente artículo sobre racismo y antisemitismo, el politólogo catalán Xavier Torrens explica que hay tres teorías: una religiosa, otra biológica y otra cultural. La primera sostiene que el blanco, europeo y católico es aquel de raza superior. Esta teoría se impuso en todos sus extremos, llegó a América con la conquista y fue asumida como verdad universal.
En las trece colonias de Norteamérica y en Canadá, el argumento fue diferente en lo religioso. La raza superior era blanca, europea y protestante. Esta relación entre raza y religión dependía del número de creyentes que existían en los antiguos imperios europeos. Fundamentalmente en tres: español, inglés y francés. Las personas de otras etnias eran excluidas y explotadas, como fueron los casos de los pueblos originarios americanos, árabes, judios, africanos, asiáticos e incluso algunos blancos no católicos como el francés Mathé Saladé (conocido como Mateo Salado), un protestante hugonote que fue condenado a la hoguera por la Santa Inquisición durante el Virreinato.
Torrens dice que el racismo biológico es el mismo concepto de racismo que crea las razas y no al revés. Se le llama, también, racismo científico. Como en el caso anterior, se cree que la raza blanca es superior porque es portadora de progreso y civilización. Se pretendió justificar a través de la ciencia. Por ejemplo, el francés Conde de Gobineau, en sus cuatro tomos de la obra “Experiencia sobre la desigualdad de las razas”, sostiene, sin ninguna prueba, que la “pureza” de una raza es esencial para las cualidades psíquicas y físicas de un pueblo. Mientras más pura la raza es más perfecta, mientras más mezclada es más imperfecta.
Entre los alemanes, las teorías racistas previas a los nazis son legión. El filósofo Friedrich Nietzsche se refiere a una especie de superhombre que tiene el dominio selecto de los demás, que él llama “raza de los señores” o “casta de los selectos”. El historiador Enrique Treitschke, un nacionalista chauvinista, destaca la superioridad de los alemanes como organizadores y civilizadores. Igualmente, el jurisconsulto Otto Gierke argumenta que el derecho es la creación del “espíritu popular”, por ello es necesario el pangermanismo.
Entre los anglosajones, el más influyente de estas ideas racistas fue el aristócrata inglés Houston Stewart Chamberlain. Un furioso propagandista del racismo organizado, sostenía que la raza nórdica-teutónica había rejuvenecido y salvado a la civilización occidental y estaba llamada a crear el nuevo orden mundial. Luis Woltman intentó fundamentar su teoría racista a partir de las tesis darwinistas relacionadas con la selección natural y la lucha entre las especies. Finalmente, dentro de este grupo de los llamados racistas científicos, está el norteamericano Franklin Giddens, que sigue la teoría de la selección natural, afirmando que hay razas superiores e inferiores. De los afronorteamericanos declara que necesitan el sostén de razas más fuertes para que no regresen a su estado salvaje.
Cuando se demuestra que la teoría biologista es falsa, los racistas crean el racismo cultural y, si bien es cierto, como explica Torrens, se abandonaron los argumentos presentados como científicos, se mantienen el etnocentrismo y la xenofobia. En Estados Unidos al racismo científico se le llama “simbólico”.
Entre diversos argumentos a favor de los blancos, esta modalidad considera inviable la convivencia con personas de distintas culturas, niega el valor de la diversidad cultural y alude constantemente a la “invasión de los inmigrantes”.
Como sabemos, en el Perú, uno de los países más mestizos del mundo, hay mucho racismo. Lo heredamos del racismo de origen religioso. Escuchamos muchos términos en donde se mezclan el racismo biológico con el cultural. Esta combinación de categorías se ha acentuado en la polarizada segunda vuelta.
Los dejo con un caso de ideología racista asombroso. La tesis para optar por el grado de bachiller de Clemente Palma, hijo de nuestro afamado tradicionalista, se trató sobre las razas y habla mal de los afroperuanos, considerándolos inferiores. Y pensar que por sus venas corría sangre africana. Además, fue aprobada por el jurado.
No hay nada más ideológico que el racismo. Es una teoría de la dominación que pretende justificarse por el color de la piel, cuando esta depende de una sustancia que se llama melanina. Eso es todo. El resto es una de las grandes maldades de la humanidad y una ceguera moral.
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