(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Francisco Miró Quesada Rada

Siempre me interesó saber el origen de las palabras, sobre todo de aquellas que me sonaban raro. Esta costumbre la aprendí de Racso (Óscar Miró Quesada de la Guerra), mi abuelo, que fue el primero en el Perú y en el mundo en hacer divulgación científica desde un periódico; una tradición que se ha mantenido y continuado con creces por nuestro querido amigo Tomás Unger.

Por razones obvias, las palabras que más se están utilizando estos días en los medios y conversaciones, y entre los miembros de las familias, debido a la cuarentena que ha decretado el Gobierno, son ‘pandemia’ y ‘virus’.

‘Pandemia’ es la unión de dos palabras de origen griego, ‘pan’ (que significa ‘todo’) y ‘demia’ (de ‘demos’ o ‘pueblo’). Quiere decir ‘todo un pueblo’, o también, ‘reunión del pueblo’. Eso se dice de la democracia (‘demos’, ‘pueblo’, y ‘kratos’, ‘poder’). El poder del pueblo, como sucedió en la vieja Atenas. Ya que hablamos de la política en el mundo antiguo, los romanos crearon el estado de emergencia, que durante la república (de ‘res’, ‘cosa’, y ‘pública’; es decir, la ‘cosa pública’, porque la política es un asunto público, del pueblo y no de unos cuantos) lo llamaron ‘dictadura’, una palabra que nada tiene que ver con lo que nosotros entendemos ahora –un tirano que abusa del poder–.

Este estado de emergencia significaba que todo el poder del Estado se concentraba en un cónsul, hasta que pasara el peligro (por ejemplo, una pandemia). Terminada la emergencia, se regresaba a la normalidad y la república, con sus instituciones, comenzaba a funcionar nuevamente. Eso es lo que está sucediendo en el Perú y en la mayoría de los países en los que funciona un régimen democrático. No constituyen, pues, una dictadura las medidas restrictivas de los gobiernos, sino una emergencia frente a un evento terrible que nos amenaza de muerte.

Esta amenaza es una especie de coronavirus que produce una enfermedad conocida como COVID-19. ¿Y de dónde viene la palabra ‘virus’? Del latín, y significa ‘veneno’ o ‘ponzoña’.

En otros términos, el COVID-19 es un veneno que se ha expandido por el mundo y amenaza lo más importante que tenemos: la vida. Esta vida es una situación biológica, pero en otros términos es también una condición moral y jurídica. Por ejemplo, cuando decimos “la vida de todos nosotros sin exclusión” es un valor en sí mismo. Por eso, tenemos derecho a la vida.

Ese derecho hay que protegerlo. No por gusto, en la mayoría de las constituciones democráticas, la persona humana (no la jurídica) es el fin supremo de la sociedad y del Estado. Por eso, por respeto a nuestras vidas, porque la vida es el valor supremo, hay que hacer todos los esfuerzos para detener la pandemia que nos amenaza de muerte, y erradicarla del planeta (aunque, como otras plagas, quedará registrada en los anales de la historia).

A mi criterio, es fundamental –para preservar nuestras vidas, en épocas de peligro como la que atravesamos, o en cualquier otro momento fuera de esta amenaza– tener buena salud.

Los pueblos, cada uno de nosotros, debemos tener buena salud. Es un derecho. Para ello, tenemos que estar bien nutridos desde que nacemos. Esto es esencial si queremos asegurar un desarrollo humano integral. Precisamente en 1994, el embajador Juan Álvarez Vita (cuyo apellido materno significa ‘vida’, en latín) escribió un libro pionero sobre el derecho a la salud. Su obra fue reseñada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que, como sabemos, está metida hasta el fondo en la lucha contra el coronavirus ponzoñoso.

En ella, Álvarez Vita argumenta y defiende que lograr el más alto nivel de salud corresponde a los Estados individual y colectivamente, a las entidades no estatales, y a la persona humana. Además, sostiene que la comunidad internacional debe velar y adoptar medidas que permitan que todos los pueblos del mundo alcancen el mismo nivel de salud.

Se dice que muchas cosas cambiarán por el embate del coronavirus. Esto es materia de discusión. Pero creo que lo que debe cambiar necesariamente para asegurar nuestro derecho a la vida es que la salud esté al alcance de todos, sin ningún tipo de discriminación, como un homenaje a la dignidad de cada ser humano. La vida es un valor, no un negocio.

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