Una de las novedades de los últimos años es la de los letreros que señalan “servicios preferenciales”, un dudoso privilegio que algunos no tememos aprovechar. En los cines, en los bancos, en los aeropuertos y hasta en algunos ómnibus hay letreros designados a los adultos mayores, las mujeres embarazadas o con niños pequeños. Para que no queden dudas, se dibuja a una persona con un bastón, el cuerpo inclinado y un aspecto ligeramente penoso. No es una imagen estimulante pero su propósito es despertar la compasión. Lo mejor para algunos de nosotros es resignarse a aprovechar su lado práctico.
Un artículo reciente de Arthur Krystal en la revista “The New Yorker” aborda el tema de la población de personas de la tercera edad en todo el mundo. Según Krystal, hoy hay más gente en el rango de 65 años o más que en el de 5 años o menos en el planeta. En otras palabras, hay cada vez más viejos y menos jóvenes. Y paradójicamente, la población mundial sigue creciendo.
Un peruano promedio hoy puede esperar vivir en promedio 75 años, lo que es un claro aumento respecto a los datos anteriores. En 1950, nuestra esperanza de vida, según la Organización Mundial de la Salud, era de 43 años. El rango de vida de algunos peruanos puede ser una demostración. Nicolás de Piérola murió a los 74 años en 1913, una edad avanzada para su tiempo, mientras que Fernando Belaunde, que nació un año antes, terminó sus días a punto de cumplir 90. Dos intelectuales de influencia en el siglo XX llevaron vidas longevas. Luis Alberto Sánchez murió a los 93 y Estuardo Núñez, a punto de cumplir los 105. Recordando otros tiempos, Krystal recuerda que Shakespeare no tenía más de 42 años cuando escribió “El rey Lear”. En tiempos de Shakespeare, llegar a los cuarenta y pico era todo un mérito, considerando que había que sobrevivir a las enfermedades y a las guerras.
Hoy hay más “adultos mayores” (eufemismo para llamarlos “viejos” o “cochos”, como algunos hijos llaman irrespetuosamente a sus padres), y por lo tanto también hay más libros sobre el tema del envejecimiento. Muchos tienen una visión favorable o al menos consoladora. Una encuesta de Gallup de hace dos años señalaba que la vida de una persona es una herradura, donde los tiempos más felices son los de la juventud y la vejez. Lo verdaderamente deprimente, según esos resultados, era la primera adultez. No había nada peor que vivir en la incertidumbre de los 40 años. Pero Krystal piensa que no se puede idealizar la vejez de ningún modo y cita a alguna estrella de cine que afirmaba: “Si hubiera sabido que iba a vivir tanto tiempo, me habría cuidado más”. No menos reveladora es su cita del comediante Rodney Dangerfield (que murió poco antes de cumplir 88 años): “La vejez es la edad en la que la comida ha reemplazado al sexo. He puesto un espejo encima de mi mesa de comedor”.
Pero las frases consoladoras no pueden ni deben faltar. En una ocasión, un amigo me dijo que la vejez era una edad privilegiada porque uno podía gozar con mayor conciencia y tiempo de los placeres sencillos. En “Solo cosas geniales”, el maravilloso unipersonal de Norma Martínez, su personaje deja una frase a quienes piensan en el suicidio: “No lo hagan. Todo puede mejorar”. Algo parecido dijo alguna vez Charles de Gaulle al hablar de la vejez: “Es mucho mejor si se la compara con la otra alternativa”.