(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Elmer Cuba

La desaceleración económica que nos viene afectando desde el segundo trimestre del 2014 ha llegado a su fin. Ha cumplido 3 años y medio: nueve trimestres de Humala –casi la mitad de su gobierno– y los primeros cinco trimestres de PPK. La economía peruana está entrando –al fin y felizmente– en la fase expansiva del ciclo económico.

Los factores detrás de este esperado desempeño son básicamente tres.

El primero es la favorable evolución de los llamados términos de intercambio. Estos son los precios de las exportaciones con relación a los precios de las importaciones. Desde enero del 2016 estos han subido cerca de 17%. Es decir, lo que el Perú exporta al mundo ahora vale más y con el mismo esfuerzo productivo. En la práctica, esto quiere decir que las empresas exportadoras han visto aumentar sus utilidades entre un 50% y 100%, dependiendo de los márgenes de cada industria. Esto ha caído del cielo, es la buena fortuna. Mejoran las arcas fiscales, aumenta la inversión y cambian los estados de ánimo.

El segundo factor es la renovada entrada de capitales. Luego de unos años de menor entrada de capitales y pérdida de reservas internacionales, en lo que va del 2017 el Banco Central de Reserva ha comprado más de US$5.100 millones, cerca de 2,5% del PBI.

El tercer factor es el impulso fiscal positivo desde el cuarto trimestre del 2017 y por un par de trimestres más. Durante el cuarto trimestre del 2016 –casi recién estrenado el nuevo gobierno– se ejecutó una política fiscal contractiva cercana a -2% del PBI de ese trimestre. La idea fue bajar el déficit fiscal por temor a la opinión de los analistas de las agencias internacionales clasificadoras de riesgo y no afectar el riesgo-país. Al final, la afectada fue la economía peruana. Es más, el déficit fiscal de este año será mayor que el del 2016, y en el 2018 mayor que en el 2017 (como consta en el proyecto del presupuesto público enviado por el MEF). Las agencias no se han pronunciado negativamente y el mercado de capitales ha comprado gustoso bonos hasta de Petro-Perú.

Todo lo anterior ha terminado por contagiar las expectativas empresariales, las que han vuelto rápidamente a niveles elevados de optimismo. No solo una mayoría de empresarios espera que la economía esté mejor dentro de 3 meses, sino que aun más esperan que esté mejor dentro de 12 meses. Ello es una buena señal para la recuperación de la inversión privada, la misma que ya habría dejado de caer en el tercer trimestre de este año.

Como reflejo de la mejora de los términos de intercambio y una mayor oferta exportada, en solo un año y medio la balanza comercial anualizada ha pasado de un déficit de cerca de US$3.000 millones a un superávit de cerca de US$5.000 millones. Una mejora de casi 4% del PBI.

Como consecuencia de los desarrollos macroeconómicos positivos señalados, durante el último trimestre del año los sectores no primarios se expandirían cerca de 4,3%, lo que arroja un PBI global de cerca de 3,6% en ese período. Esa sería la velocidad de los primeros trimestres del próximo año. Fin del ciclo recesivo.

El Gobierno tiene un período de –digamos– cuatro trimestres para diseñar y ejecutar reformas económicas de más largo alcance. Tiene también un período de relativa paz política. El fútbol, las fiestas de fin de año, la llegada del Papa y la de Trump, y ojalá ir al Mundial de Rusia.

En ese ínterin, hay que ir cerrando el déficit fiscal. Una reforma tributaria debe permitir alcanzar nuevamente resultados económicos consistentes con la solvencia fiscal hacia fines del Gobierno y, en general, un mejor Estado de cara a la entrada a la OCDE. Con sueldos públicos que en promedio nacional son de S/1.930 mensuales, con una mediana de S/1.500, no parece posible ejecutar las mejores prácticas en políticas públicas de este selecto grupo de países.