Pues sí, con fe, pero no precisamente con la de la devoción religiosa (aunque si usted la tiene, pues en buena hora).
Me refiero a una fe distinta. Esa que, durante todo el 2014, ha movido montañas de opinión para corregir, o al menos, denunciar, las desigualdades e injusticias que, en pleno siglo 21, siguen sufriendo las peruanas.
Esa fe que se nutre de impensables triunfos, como el de Máxima Acuña de Chaupe que le acaba de ganar un juicio al coloso minero de Yanacocha. O la aprobación del protocolo de aplicación del aborto terapéutico. La misma fe que se no se derrumba sino que se hace más combativa con derrotas momentáneas como la de la legalización del matrimonio homosexual.
Porque a pesar de la lentitud del progreso, el solo hecho de que en nuestro país se haya debatido el tema, de que la posibilidad haya estado tan cerca ya es un gran paso con respecto a solo algunos años atrás, cuando ni siquiera hubiera sido posible discutir semejante proyecto, porque a los pocos peruanos que aceptaban abiertamente su homosexualidad nadie los escuchaba.
Fe en que el ejemplo de coraje que han dado los activistas gays peruanos para salir del closet a reclamar sus derechos sea imitado por las peruanas y los peruanos que no se resignan a que una víctima de violación sea obligada a tener un hijo de su agresor o que, simplemente, creen que ninguna mujer debe convertirse en madre por una trasnochada obcecación teológico-legal.
Fe en que tengamos las agallas de seguir hablando del aborto, pero con nombre propio, de que las peruanas nos atrevamos a romper el closet del secreto para reconocer nuestros abortos, los míos, los tuyos, los de tus novias, vecinas, amigas e hijas; los abortos cotidianos de niñas y madres de familia, hasta acabar con la inhumana criminalización de una práctica que desde siempre ha formado parte de la vida reproductiva femenina.
Con fe, justamente, en que peruanas y peruanos sigamos protestando, jorobando y zapateando como hemos hecho este año por tantas causas comunes: por las mujeres esterilizadas contra su voluntad, por las chicas acosadas en la vía pública, por las lesbianas privadas de sus derechos.
Vamos al 2015, con fe. Pero no con una fe mística, sino con la fe que nos ha llevado hasta donde estamos y puede llevarnos aún más lejos. Con fe, de feminismo.