Alonso Cueto

Los brasileños llegan a las de este domingo en medio de una feroz batalla no solo electoral. Los dos candidatos a la presidencia van a todas sus actividades con chalecos antibalas y sus seguidores se han enfrentado a golpes y navajazos. Hace unos días, en un bar de una ciudad en el noreste del país, un simpatizante de Bolsonaro entró al local buscando a seguidores de Lula. Cuando identificó a uno de ellos, lo apuñaló. En la región de Matto Grosso un fanático del partido de Bolsonaro asesinó a un seguidor de Lula y luego intentó decapitarlo con un hacha. Hay otros muchos casos parecidos. Si el domingo Lula gana en primera vuelta, se pronostican muchos disturbios, sobre todo considerando que es probable que Bolsonaro no acepte el resultado.

Mientras tanto, surgen en todo el mundo movimientos radicales. Es lo que acaba de ocurrir en Italia, donde la ganadora de las elecciones, Georgia Meloni, no ha ocultado su admiración por Benito Mussolini. Es también una novedad en la socialista y equilibrada Suecia, donde el partido ultraderechista “Demócratas de Suecia” logró una alta votación. La idea de Suecia como la sociedad igualitaria y tolerante se ha perdido, según la escritora Elisabeth Asbrink. Lo que hay hoy, más bien, según ella, es una reivindicación de la herencia cultural del país, algo así como un retorno a su pureza étnica. Este “etnopopulismo” se traduce en contra los inmigrantes. Hoy, los “Demócratas de Suecia” forman el segundo grupo político más fuerte en el país igualitario que fue el sueño del asesinado Olof Palme.

En Estados Unidos hay algunas réplicas. La idea del fraude, el desconocimiento de las elecciones, el rechazo a los inmigrantes, sigue atizando a los seguidores de Trump y del llamado GOP. Los gobiernos de la ultraderecha ya están consolidados por su parte en Hungría y Polonia. La dictadura de Putin amenaza la economía de una Europa que teme una recesión.

La fragmentación y la polarización parecen estar relacionadas. Incapaces de buscar liderazgos comunes a la hora de su independencia, la región latinoamericana se dividió en más de 20 países. Es un síndrome que ha repetido cada uno en su historia nacional. La fragmentación hace que los liderazgos no se mantengan. Hace pocos días, a menos de dos meses de haber asumido el poder, Gustavo Petro enfrentó una jornada de protestas donde hubo también actos de violencia.

En el Perú estamos habituados a la fragmentación y la división. Hoy tenemos 14 bancadas en el Congreso y en cada elección hay nuevos partidos y líderes. Hay agrupaciones políticas distintas a pesar de que postulan convicciones muy parecidas. Los caudillos priman, como siempre, por encima de las instituciones o las ideas. Casi no hay ideas. Hoy las elecciones parecen ser más unas guerras a muerte donde lo que cuenta para la mayoría de los líderes no es el futuro bienestar del país, sino la victoria aplastante sobre los rivales. En un mundo fragmentado y radicalizado, lo que importa es la victoria del caudillo. La historia de la conquista del Perú se decidió en base a guerras entre socios y hermanos.

Hace algo más de un siglo, William Butler Yeats escribió un poema hoy famoso por su maravillosa calidad literaria y también por su poder profético. Al hablar de su época, refiriéndose a las luchas sociales y políticas, Yeats la definía así: “Las cosas se desmoronan; el centro no puede mantenerse / La mera anarquía recorre el mundo”. Para la buena parte de la población que no se resigna a fragmentarse o a polarizarse, nos queda la confusión ante un mundo dividido.

Alonso Cueto es escritor