ALFREDO TORRES
Presidente ejecutivo de Ipsos Perú
Tal como ocurrió en Europa con la caída del muro de Berlín –que arrasó cual castillo de naipes los regímenes comunistas– la crisis terminal de la Venezuela chavista podría tener un impacto devastador en la Cuba de los Castro pero también en los movimientos de izquierda en la región. No será de inmediato, pero el desenlace es inevitable por la inviabilidad de su modelo económico. Por eso resulta crítico para el futuro de la izquierda peruana, la posición que adopten sus líderes frente a esta crisis.
Quienes –como el Frente Amplio de Izquierda en el Perú– optan por la defensa de Maduro y su modelo autoritario, populista y corrupto, están perdiendo toda legitimidad. Solo sectores de extrema izquierda, que siempre han querido imponer sus posiciones por la fuerza, pueden respaldar esa actitud. En cambio, quienes –como el partido Fuerza Social– han criticado severamente los actos de violencia y “la represión ante el ejercicio legítimo del derecho a la libertad de expresión” han hecho un oportuno deslinde que los ubica claramente en el campo democrático. Entre ambos, la bancada de Gana Perú ha optado por una deplorable abstención en el Congreso de la República que da pie a las más penosas interpretaciones.
El hundimiento del socialismo europeo en el siglo XX y del socialismo del siglo XXI en la Venezuela actual no debe ocultar que los orígenes de la izquierda fueron la lucha contra injusticia y la búsqueda de la igualdad. Tampoco se debe olvidar que el crecimiento de la izquierda radical fue muchas veces consecuencia de los abusos y la arrogancia de los poderosos. Por eso se puede decir que la izquierda es un sentimiento, pero también que se alimenta de resentimientos ancestrales.
En el Perú la izquierda anda escasa de líderes y de ideas, pero sería muy prematuro anunciar sus funerales. Un sector de la población – especialmente en la sierra – desconfía de la inversión privada y es fácilmente atraído por propuestas populistas. Y si bien la demagogia y el populismo son perjudiciales para quienes los emplean porque erosionan su credibilidad, en el corto plazo son armas poderosas para ganar votos.
Los izquierdistas peruanos tienen hacia adelante dos caminos. O siguen viviendo de la protesta en contra del “modelo neoliberal” a la espera de un caudillo autoritario y populista que los lleve al poder o entienden que su compromiso con los sectores populares pasa por reconocer que la democracia y la economía de mercado son necesarias para su progreso.
Lamentablemente, gran parte de los líderes de izquierda y los activistas de sus movimientos políticos van por el primer camino, especialmente en el interior del país. Se dedican más a la protesta que a la propuesta. Si bien su respaldo electoral es reducido, la extrema izquierda puede organizar ruidosas movilizaciones que paralizan por unos días diferentes lugares del territorio nacional.
En cambio, la izquierda moderada cuenta con pocos cuadros políticos activos y tiene dificultades para desarrollar trabajo de bases. Por ello a veces busca aliarse con la extrema izquierda. Es un error grave porque la aleja del electorado mayoritario que es moderado. Lo que requiere esta izquierda son propuestas más acotadas y un líder que logre entusiasmar al electorado sin caer en la demagogia.
No se trata de que los izquierdistas se vuelvan liberales, pero sí que busquen mejores modelos dentro de su propia corriente de pensamiento. Por ejemplo, Pepe Mujica, el presidente de Uruguay. Un hombre que evolucionó de posiciones violentistas que lo condujeron a prisión, a posiciones conciliadoras sin perder nunca sus valores de sencillez y austeridad.
Una izquierda moderna puede aportar mucho en un país con tantas carencias como el Perú. Una persona con sensibilidad social puede trabajar para mejorar la calidad de los servicios públicos de educación y salud; elevar la eficiencia de los programas sociales; promover la participación popular en la defensa de la seguridad ciudadana, impulsar la formalización de pymes informales; denunciar todo tipo de discriminación y abuso, y mucho más.
La izquierda tiene algún futuro si reconoce que sus sueños revolucionarios de antaño terminaron siempre en pesadillas y se aboca a luchar por la mejora de las condiciones de vida de los sectores populares con realismo económico y en el marco del respeto a la ley. En última instancia, la izquierda solo será una opción viable si a su vocación por la justicia le suma un compromiso con la libertad