Mientras muchos pensamos en vacancia, audios y rondas de diálogos, la gran mayoría no tiene razones para preocuparse por ello. La supervivencia copa ‘su agenda’, si se le puede llamar así a lo que está detrás de las cifras que les voy a dar. Léanlas con calma:
El 58% de informales limeños dice haber sentido hambre en junio del 2021 y el 84% se saltó una comida al día y redujo la variedad de alimentos. El 91% de los que agotaron sus ahorros en la cuarentena del 2020 dice no haberlos recuperado en el 2021. Los bonos han llegado al 60% de esta población, pero se agotan rápidamente para cubrir necesidades inmediatas, pagar deudas y, en mucha menor medida, se usan como capital de trabajo.
La socióloga Carmen Roca, de la ONG Wiego, me expuso estos resultados de una encuesta hecha en 12 ciudades con sectores informales abultados: Accra (Ghana), Ahmedabad (India), Bangkok (Tailandia), Dakar (Senegal), Dar es Salaam (Tanzania), Delhi (India), Durban (África del Sur), Lima (Perú), Ciudad de México (México), Pleven (Bulgaria), Tiruppur (India) y Nueva York (EE.UU.) –esta última como referencia comparativa–. De las 12, Lima fue la peor de todas: la que tuvo la cuarentena más severa, la más golpeada por la contracción económica, la más devastada por la peste y aquella en la que se sintió más hambre.
Si ya meditaron las cifras, vayamos a algunas conclusiones preliminares del equipo de Wiego. Los cuatro sectores encuestados donde prima la informalidad (vendedores ambulantes, trabajadoras del hogar, canillitas y recicladores) reclaman a gritos ayuda crediticia para invertir en capital de trabajo. Los bonos, a quienes les llegaron, los gastaron rápidamente.
Hay que replantear esos programas como Reactiva Perú o FAE-Mype, que no llegan a la gran mayoría de los informales. Sin embargo, Carmen aporta un dato que da cólera y una pizca de esperanza. El 59% pidió préstamos y, de ese porcentaje, el 80% lo hizo en fuentes informales (prestamistas, familiares, amigos y vecinos). Ese 80% está compuesto por pobres desesperados que no son sujeto de crédito para la banca formal y acceden, en la usurera banca informal, a préstamos con tasas de hasta un 20% mensuales. O sea que si, por ejemplo, piden S/1.000, acaban pagando S/200 en intereses todos los meses, hasta que cancelen el préstamo.
Mi esperanza es que, si esos excluidos del sistema financiero formal acceden a esas precarias fuentes de crédito que confían en ellos –y, según los datos de la encuesta, cumplen en su gran mayoría con los pagos abusivos–, entonces podrían ser incluidos en un esfuerzo formalizador del Estado y banca privada, que vaya en paralelo a la inversión en guarderías, hogares para adultos mayores, apoyo alimentario y mejoras en los padrones que focalizan ayuda. Hay mucho que se debe hacer, sin que la ideología importe un comino.
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