Tal vez inspirada en la famosa novela de Fedor Dostoievski, “Humillados y ofendidos”, la primera dama protagonizó el miércoles pasado un espectáculo en el Congreso fingiendo haber sido maltratada por la presidenta de ese organismo, Marisol Pérez Tello. Cuando escucharon a Nadine Heredia, muchas personas creyeron que Pérez Tello había insinuado, en la sesión reservada, un romance extramatrimonial de Heredia con Rodrigo Arosemena, ex gerente general de Antalsis, la empresa que usó Martín Belaunde Lossio para varias de sus fechorías.
Pero como se aclaró después (ver por ejemplo en El Comercio el editorial y el artículo de Patricia del Río el jueves 16), el tema jamás fue mencionado en esa sesión. Tramposamente, Heredia hizo referencia a una pregunta formulada, en términos muy comedidos y un tanto alambicados, a Arosemena cuatro meses antes, en la sesión del 13 de marzo, tema que nunca trascendió y hubiera quedado en el olvido si la primera dama no lo ventilaba públicamente con algarabía.
Todo indica que Heredia buscaba mellar la bien ganada credibilidad de Marisol Pérez Tello, además de desviar la atención de su vinculación y la de su hermano Ilan con las barrabasadas de su ex amigo y ex socio Martín Belaunde.
Para ello no le importó hacer públicas habladurías que, como era de esperarse, se han cebado sobre todo en su ya disminuido y menospreciado esposo, el presidente Ollanta Humala, al que la maledicencia limeña le ha endilgado adjetivos insultantes. Pero eso no parece importarle mucho a la primera dama.
Otro recurso de la estrategia del oficialismo es involucrar en casos de corrupción, supuestos o reales, a sus adversarios. El postulante opositor a la presidencia del Congreso ya fue implicado en uno.
Un asunto que sin duda será utilizado es el de la onda expansiva de las investigaciones en Brasil que han llevado a prisión a varios importantes directivos de empresas constructoras y que involucran al ex presidente Lula y la presidenta Dilma Rousseff.
El domingo pasado, el editor de la revista británica “The Economist”, Michael Reid, publicó en estas páginas un interesante artículo sobre la crisis que se ha desatado en Brasil, que eventualmente podría acabar con la presidencia de Rousseff, y sus repercusiones en nuestro país.
Dado que la mayoría de grandes obras realizadas en el Perú en los últimos años han sido realizadas por media docena de empresas brasileñas, asociadas con peruanas, todo augura que habrá un festival de acusaciones en los meses siguientes. Ya el gobierno envió a su dócil procurador Joel Segura al Brasil a recabar información.
Como se sabe, a raíz de la operación Castillo de Arena, la policía brasileña descubrió hace años documentos de una compañía que involucraría a altos funcionarios de los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García en casos de corrupción, por un tramo de la Interoceánica y la planta de tratamiento de agua de Huachipa.
Probablemente Ollanta y Nadine tratarán de perjudicar a su archienemigo, ahora también acusado de chismoso, Alan García. Si en el camino cae su débil aliado Toledo, es algo que posiblemente no les importa.
El asunto es que las constructoras brasileñas han realizado muchas y grandes obras en varios gobiernos –incluyendo el actual–, y también en regiones y municipios. Así, cuando se encienda el ventilador, probablemente nadie quedará limpio.
A Pedro Pablo Kuczynski ya lo mencionan porque era premier cuando, en el gobierno de Toledo, se aprobó la construcción de la Interoceánica sur. No se salvan tampoco izquierdistas como Yehude Simon, gobernador regional de Lambayeque, donde se realizó la irrigación de Olmos; ni Susana Villarán, alcaldesa de Lima, que contrató con empresas brasileñas importantes obras de su gestión, al igual que su antecesor y sucesor Luis Castañeda Lossio.
En este pantanoso terreno será difícil dilucidar las acusaciones serias y con fundamento, de las inventadas o exageradas para perjudicar a adversarios políticos.
Pero no hay que asombrarse, lamentablemente es así en todas partes. Como dice Dick Morris, asesor del presidente Bill Clinton en la década de 1990, “la agresividad de los medios y la suspensión virtual de todas las reglas de decencia en el combate político han convertido el hecho de ser elegido y desempeñar un cargo público con éxito en desafíos casi insuperables”. Los partidos “en la actualidad pelean todos los días y no ofrecen tregua ni respiro”. (“El nuevo príncipe político”).