Recientemente falleció uno de los más brillantes e influyentes economistas neoclásicos de las últimas décadas: Gary Becker (1930-2014), profesor de los departamentos de Economía y de Sociología de la Universidad de Chicago. Su gran contribución consistió en aplicar el paradigma y los marcos teóricos de la teoría económica ortodoxa a prácticamente todas las esferas de la acción humana. Son clásicos sus estudios –desde 1957– sobre la familia, la discriminación, el crimen y el narcotráfico, la felicidad, el capital humano, entre muchos otros temas fundamentales.
Los cruciales conceptos de ‘costo de oportunidad’, ‘maximización’, ‘racionalidad’ y ‘equilibrio’, aplicados a los problemas mencionados, han permitido asegurarle ese progreso intelectual y, de paso, el Premio Nobel de Economía (1992). Gracias a lo cual, él y sus acólitos invadieron campos de análisis y sugirieron propuestas de política que estaban reservadas a las demás ciencias sociales (antropología, demografía, politología, sociología) e incluso a la psicología, el derecho, la filosofía y la biología. Por ello, Edward Lazear (1999), ex alumno de Becker, ha calificado su enfoque de ‘imperialismo económico’, entendido como uno “que trata de explicar todo comportamiento social utilizando las herramientas de la teoría económica”.
Hoy esa perspectiva imperialista cuenta con admiradores en el mundo. En el Perú, hasta ahora, han sido los abogados quienes más han aplicado este paradigma transdisciplinario. Infortunadamente el esquema beckeriano de la “acción racional” tiene, al menos, dos defectos graves: 1) No está en condiciones –aunque es cierto que tampoco lo pretende, tratándose de una mirada microeconómica– de analizar a cabalidad problemáticas macrosociopolíticas, del comercio-inversión internacionales o del desarrollo. 2) La más crítica, se debe al hecho de que todo su marco teórico se sustenta y es aplicado a pie juntillas a partir de los axiomas que presumen la existencia del ‘Homo economicus’. Cuando, como lo han venido demostrando disciplinas conexas –cuando menos desde la década de 1980– que no nos comportamos como tales en la vida real. Tal como lo afirmaron Richard Thaler y Cass Sunstein (2009), los más conocidos académicos de la ‘economía del comportamiento’: “Si usted accede a textos de economía, usted aprenderá que el ‘Homo economicus’ puede razonar como Albert Einstein, puede almacenar tanta memoria como el Big Blue de la IBM y puede ejercitar un poder de voluntad como el de Mahatma Gandhi. Realmente. Pero la gente que conocemos no es así. Las personas reales tienen dificultades para hacer divisiones si no poseen una calculadora, a veces olvidan el cumpleaños de sus esposas y sufren una resaca en Año Nuevo. Ellos no son ‘Homo economicus’, ellos son ‘Homo sapiens’”.
Y es precisamente ese el punto de partida de las nuevas disciplinas del comportamiento, las que cuestionan las bases epistemológicas fundamentales de la teoría económica ortodoxa. Se trata de las llamadas ‘psicoeconomías’, como la economía de la felicidad, la neuroeconomía, la economía experimental, la economía evolucionista y la economía del comportamiento propiamente dicha. De donde surge una desafiante interrogante: ¿Los nuevos planteamientos teórico-empíricos de estas podrán ser integrados a la ciencia económica convencional o a partir de ahí surgirá una nueva ciencia económica o, incluso, una ciencia social integradora? Intentaremos una respuesta en una próxima entrega.