El evangelio de San Marcos nos dio la mala noticia: “Los pobres siempre estarán entre nosotros”, un vaticinio que se ha cumplido durante 2.000 años. Pero estamos entrando a un nuevo mundo, de transformaciones radicales en la vida humana, cuestionando el fatalismo bíblico, y donde es posible imaginar un país sin pobreza. El objetivo es plausible en tanto el déficit de ingresos –lo que faltaría para que nadie sea pobre– no es una cifra imposible. Hace medio siglo, el economista Adolfo Figueroa estimó que el 5% del ingreso de los no pobres bastaría para cerrar la brecha de ingresos de todos los pobres.
Desde el inicio del milenio, la pobreza ha sido reducida sustancialmente por una combinación de desarrollo productivo y de mayores subsidios estatales. Como resultado, la proporción de pobres fue reducido a menos de la mitad, desde el 50% de todas las familias a solo el 20% en el 2019, un nivel nunca conocido por nuestra república. Lamentablemente, la buena sorpresa de esos datos se convirtió casi de un día para otro en una mala sorpresa con la llegada del COVID-19. Su efecto productivo fue grande, produciendo un inmediato salto en el nivel de pobreza, del 20% al 29% de las familias del país.
El PBI por persona del 2023 fue casi igual al del 2018 –antes de la pandemia–, pero la tasa de pobreza en el 2023 –29%– superó largamente el nivel de 20,2% registrado en el 2018. Todo indica que se han producido cambios estructurales en la economía que aún no han sido aclarados, pero que deben ser explicados para definir los lineamientos del esfuerzo futuro para seguir reduciendo la pobreza, teniendo en cuenta que el país tiene dos siglos de vida y casi uno de cada tres peruanos aún sigue en la pobreza a pesar de haber gozado de varias etapas de sólido crecimiento productivo.
Una faceta de las cifras de pobreza que debería ser estudiada para ayudar a comprender los resultados globales se refiere, no al nivel, sino al período de pobreza. Se trata de cifras que han sido estimadas regularmente por el INEI durante las últimas dos décadas mediante una segunda encuesta de pobreza en la forma no de una fotografía, sino de un panel de hogares que son reencuestados anualmente durante cinco años. Así, la revelación de las encuestas panel indica una pobreza altamente aleatoria y cambiante, probablemente atribuible a causas más eventuales que permanentes, un resultado importante para el diseño de las políticas de apoyo.
Un segundo aspecto de la posible causalidad se refiere a la diferencia entre la población rural y la urbana. Desde las primeras encuestas de condiciones de vida en el Perú se ha constatado la disparidad importante y explicable entre las poblaciones rural y urbana, una diferencia que se volvió motor de la enorme migración desde el campo a las ciudades.
La última encuesta pre-COVID-19, realizada en el 2019, registró un nivel de pobreza rural de más del doble de la cifra urbana (41% vs. 15%). Pero una sorpresa mayúscula son las cifras recientes donde indican que la mayor pobreza desde el 2019 se ubica no en el campo, sino en las áreas urbanas.
Así, entre el 2019 y el 2023 la pobreza rural se ha mantenido casi sin cambio, bajando del 40,8% al 39,8%, mientras que las cifras urbanas casi doblaron, pasando del 14,6% al 26,4%. El peor caso fue nada menos que Lima, donde la pobreza aumentó del 14,6% al 26,4% entre el 2019 y el 2023.¡Manos a la obra, colegas de las ciencias sociales!