Javier Díaz-Albertini

El tema de la ciudadana ha cobrado más importancia de la que usualmente tiene, que ya es bastante alta. Pero ¿estamos peor que antes? Bueno, no lo estamos si tomamos en cuenta los reportes de victimización, una de las fuentes más fidedignas sobre la incidencia de delitos. A escala nacional urbana, en el 2011, la victimización llegó a su punto más alto con el 40% de los peruanos declarando haber sido víctima de un delito. Diez años después, en el 2021, había bajado al 18,2%, a menos de la mitad. Y aunque el segundo semestre del 2022 muestra un ligero aumento (22,4%), no es de una magnitud como para explicar la sensación creciente de inseguridad que invade a la mayoría de los peruanos.

Esta sensación, no obstante, es la otra cara de la moneda: la percepción de inseguridad. Es decir, si creemos que resulta probable sufrir un acto delictivo en los próximos 12 meses. En este caso, la estadística prácticamente no ha variado en los últimos 10 años: fue de 86,9% en el 2011 y de 83,9% en el 2021. La pregunta central, entonces, es por qué disminuyen las víctimas, pero se mantiene la percepción.

Y, créanme, ahí empezamos a especular porque nos faltan más investigaciones al respecto. La publicidad y el morbo con los que los medios exponen los actos delictivos, la poca confianza en el sistema de justicia, las políticas y económicas, la falta de empleo, son todas posibles variables que contribuyen a esta creciente sensación de inseguridad.

Me gustaría, sin embargo, dar una mirada más integral, siguiendo las sugerencias del gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Escribí hace más de dos décadas que el problema de era complejo, porque comprometía diferentes niveles y fuentes de preocupaciones. Bajo la noción de seguridad, tiende a manejarse tres conceptos interrelacionados –aunque analíticamente diferentes– que se expresan en inglés como ‘safety’ (estar a salvo), ‘certainty’ (certidumbre) y ‘security’ (seguridad ciudadana). La sensación de riesgo y temor actual es producto del debilitamiento simultáneo y combinado de estos tres factores, no solo de la delincuencia.

Veamos primero el caso de ‘safety’. ¿Cuán a salvo nos encontramos en el país? Las viviendas de la mayoría son vulnerables; nuestras carreteras y pistas, traicioneras; las escuelas y postas se desmoronan; los puentes se caen. Al mismo tiempo, se nos recuerda el terremoto masivo que pronto llegará y los probables desbordes que causará el fenómeno de El Niño. Advertencias continuas sobre cuán precaria es nuestra existencia, lo que genera mayor pavor, pero pocas o nulas soluciones. Pasemos a ‘certainty’. Enfoquémoslo solo desde el punto de vista del empleo y de la política. Un país con casi 80% de informalidad es clara indicación de una amplia mayoría de trabajadores sin redes de seguridad apropiadas (estabilidad, seguro, pensión). A su vez, en términos políticos, las continuas crisis imposibilitan la construcción de procesos que mejoren nuestras condiciones de vida.

¿Por qué no le damos, entonces, la debida atención a estar a salvo y a la certidumbre? Bauman nos dice que, en los actuales tiempos de imperio del mercado e individualismo, estos han sido dejados primordialmente a las fuerzas económicas. La intervención o regulación estatal son vistas como contrarias a la eficiencia e iniciativa privada. El ‘dejar hacer, dejar pasar’ ha significado un incremento incesante en la inseguridad y lo notamos en la calidad de la vivienda, el empleo, la educación y la salud de la mayoría. Si no cuentas con los ingresos necesarios, no tienes acceso a mucha seguridad que digamos.

Eso nos deja con el tercer componente: la seguridad ciudadana. Y ahí sí no hay problemas en demandar y justificar la acción estatal. Es una golosina para los populismos de toda índole. Y mientras más efectista e inmediato sea lo prometido, mayor será el rebote en los medios y las redes sociales. Es así como nos ofrecen instaurar la pena de muerte, restringir la inmigración, librar las calles de ambulantes, construir más prisiones, poner a patrullar a las Fuerzas Armadas o darles armas a los serenos. Ofrecimientos que tienen llegada en ciudadanos inseguros que son, en el fondo, revictimizados. Son engañados al creer que estas medidas solucionarán la fragilidad de sus vidas y las sensaciones profundas de inseguridad.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología

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