Alexander Huerta-Mercado

Un narrador anónimo al borde de la locura nos contó sobre una invasión que ocurría hace 100 años en una Inglaterra que vivía su apogeo colonial y mientras el mundo atravesaba una paz anterior a la Primera Guerra Mundial.

En su relato, el invasor usaba tácticas de guerra total nunca antes vistas, volando líneas férreas y telégrafos, y conseguía superar al ejército británico. El narrador vio entonces al enemigo y sus armas de cerca, y descubrió un detalle aterrador: no eran humanos, venían del espacio exterior. Sus cuerpos estaban adaptados para la atmósfera de Marte, venían premunidos de tentáculos y habían desarrollado una gran cabeza puesto que su cerebro era superior al nuestro.

Había además tres peculiaridades que destacaban en estos hiperinteligentes marcianos: la primera es que, en su gran desarrollo tecnológico, aparentemente no habían considerado la rueda, pues sus naves se movían con patas gigantescas; la segunda es que habían desarrollado gran intelecto, pero muy poca emocionalidad y esto se evidenciaba en que no exhibían reparo alguno en exterminarnos con tal de poblar nuestro planeta. Por último, parecía que sus avances científicos los habían vuelto inmunes a toda enfermedad marciana y no se les ocurrió que en la Tierra encontrarían bacterias que terminarían aniquilándonos y salvándonos como especie.

Este hermoso relato fue escrito por H. G. Wells hacia 1898 bajo el nombre de “La guerra de los mundos”, como una crítica al imperialismo británico en Tasmania y a la soberbia del darwinismo social que pretendía que un grupo tenía derecho a conquistar a otro por considerarse superior. Posteriormente, el cine retomó el gran miedo a la invasión extraterrestre en los años 50, como un eco del miedo estadounidense hacia el comunismo y, en tiempos más recientes, los extraterrestres han vuelto a destruir el mundo en el cine, tal vez como un síntoma del terror que el terrorismo árabe significó a principios del milenio para los norteamericanos.

Ahora el temor que nos dejó la pandemia ha devuelto el miedo a “perder el control” que los humanos tanto tememos y que encuentra una buena metáfora en las películas de moda. Como una forma de lograr acercarse más al público, la NASA contribuyó al espectáculo anunciando con mucha publicidad que revelaría conclusiones sobre los avistamientos de naves para al final decir que para afirmar que son casos de pruebas de vida en otros planetas. Como vemos, la NASA también necesita publicidad.

Todo esto coincidió con el espectáculo mediático que dio el periodista Jaime Maussan, quien presentó en el Congreso Mexicano que, según afirmó, aunque habían sido halladas en territorio peruano, provenían del espacio exterior. La noticia trascendió lo suficiente como para no ser tomada en serio. El doctor Anthony Choy recordó certeramente que ya en el 2017 se había confirmado el fraude de aquel invento y que este hecho podía más bien chocar con las leyes de protección de nuestro patrimonio. La actitud sensacionalista de Maussan es un eco de las delirantes hipótesis del escritor suizo Erich von Däniken, que en su libro de 1968, “Recuerdos del futuro”, afirmó que los extraterrestres fueron considerados dioses en las civilizaciones antiguas y, por consiguiente, apoyaron con una serie de logros tecnológicos a las mismas. Como era de esperare, el libro mencionaba al Perú prehispánico y a las . Estas conclusiones, aparte de descabelladas, suelen ser ofensivas.

¿Parece acaso imposible que los antiguos peruanos hayan tenido la capacidad tecnológica, matemática y social para legarnos una fantástica herencia arqueológica? Sería ideal que encontremos la forma de valorar colectivamente el legado histórico que tenemos en nuestro territorio. Por ejemplo, llama la atención que por lo menos tres de los principales museos arqueológicos en nuestro país estén cerrados desde hace varios años y no haya un reclamo colectivo por ello.

Dentro de nuestra riqueza arqueológica, somos de los pocos países que tenemos una idea cercana de cómo fueron los pobladores que nos antecedieron, gracias al magnífico arte de los retratos en la cerámica y al de la momificación que la cultura prehispánica desarrolló y que tanto el clima de los nevados como el del desierto ayudó a preservar. Por eso, resulta escandaloso que se vandalice nuestro patrimonio con la pretensión de exhibir “momias extraterrestres”, mientras está comprobado que estamos frente a una reelaboración, o, lo que es peor, un atentado contra nuestro patrimonio.

La antropología no busca explicar si existe vida extraterrestre, sino cómo el ser humano se relaciona con el fenómeno de la posibilidad de su existencia. Como expliqué antes, hemos visto que la literatura y el cine han proyectado nuestros temores usuales y los han atribuido simbólicamente a las invasiones marcianas, pero también es cierto que, a partir del mismo fenómeno, se han creado religiones, espacios espirituales de contacto y espacios turísticos. En algún momento, los retratamos como amistosos, verdes y con antenitas; hoy se prefigura a los extraterrestres como seres ojones y malvados. Los humanos siempre hemos tenido gran capacidad de proyectar nuestras ansias sociales en criaturas extraordinarias.

Es cierto que aún no hay pruebas científicas de vida extraterrestre. Sin embargo, el universo es vasto y probablemente no estemos solos. De lo que sí podemos estar seguros es de que, si seguimos guiándonos por el sensacionalismo dejando de lado lo mucho que nos falta hacer para entendernos, no será fuera del planeta donde tengamos que buscar vida inteligente.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alexander Huerta-Mercado es antropólogo, PUCP