Las grandes ciudades, excepto algunas como Nueva York, acostumbran poner a sus avenidas, calles, pasajes, parques, plazas y plazuelas apellidos de personas que han tenido una vida destacada al servicio de la ciudad o del país, y que, de alguna manera, merecen ser recordadas para la posteridad.
Esos nombres son el testimonio de una historia o evento que merece un reconocimiento. Otras veces refieren a importantes ciudades y pueblos. En Lima tenemos las avenidas Arequipa y Tacna. También plazas como Grau, Bolognesi y Alfonso Ugarte, avenidas que recuerdan a personajes de la talla de Javier Prado, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Víctor Andrés Belaunde o Raúl Ferrero, y pasajes como el Santa Rosa y el Olaya.
Incluso la conocida carretera Marginal de la Selva tiene el nombre de su fundador, Fernando Belaunde Terry. En Lima cuadrada, uno de los jirones más conocidos se llama Miró Quesada y atraviesa por donde está el local de El Comercio, justo en la esquina con jirón Lampa. Esa calle no está referida al apellido de la familia propietaria de este Diario, sino que es el resultado del homenaje que le brindó y le brinda el pueblo de Lima a Antonio Miró Quesada de la Guerra.
Hay razones suficientes para este reconocimiento a un ciudadano chalaco (porque nació en el Callao) e hijo mayor de José Antonio Miró Quesada, el primer miembro de mi familia en dirigir el más que centenario medio de comunicación. José Antonio, con avanzada edad, decidió retirarse de la dirección de El Comercio y dejarle la posta a su hijo Antonio cuando este tenía 30 años.
Antonio fue el director más joven de la familia. Se educó en Inglaterra y luego se doctoró en la añeja Facultad de Letras y Derecho de la Universidad de San Marcos, ejerciendo la cátedra aunque por poco tiempo. Militó en el Partido Civil de Manuel Pardo al mismo tiempo que dirigía El Comercio. Fue primero diputado y luego senador por el Callao, habiendo ocupado la presidencia de ambas cámaras. Cabe recordar que una de sus intervenciones más notables ocurrió cuando planteó que las normas deben ser consultadas al pueblo, convirtiéndose así en un precursor y promotor del referéndum en el Perú.
A diferencia de su hermano Luis, quien también fue diputado y estuvo muy orientado a temas de interés social (recordemos las leyes de accidentes de trabajo y de las 8 horas), Antonio se orientó a temas relacionados con la defensa de nuestras riquezas naturales (Luis luego lo acompañaría en estas causas) y participó muy activamente en los diversos contenciosos que sostuvo nuestro país con las naciones vecinas fronterizas.
Sucedió que en 1919 Leguía fue elegido presidente por segunda vez y tenía un ánimo de revancha contra El Comercio y “La Prensa”. Meses después, una turba pagada por su gobierno atacó e incendió el local de “La Prensa”. No pudieron hacer lo mismo con El Comercio pues sus propietarios y los trabajadores lo defendieron con armas de fuego. No obstante, los matones lograron incendiar y destruir la casa de Antonio Miró Quesada.
Como consecuencia de estos luctuosos hechos, diversos amigos le informaron que su vida corría peligro, recomendándole salir del país. Por eso, viajó con su familia a Francia y les encargó el periódico a sus hermanos Aurelio y Luis, siendo el hermano menor, Óscar (mi abuelo), secretario de la redacción.
A la caída de Leguía en 1930, Antonio regresó a Lima sin mayor peligro. Luego fue nombrado ministro plenipotenciario del Perú en Bélgica hasta 1933.
Estando en Lima, mientras terminaba de equipar su domicilio, el 15 de mayo de 1935 se dirigía con su esposa, María Laos, del Hotel Bolívar al Club Nacional para almorzar. Cuando estaban a cincuenta metros de esta institución, ambos fueron asesinados por el fanático aprista Steer Lafont. Este vil y trágico asesinato conmocionó profundamente al país y, a pedido de la ciudadanía, Miró Quesada fue proclamado, con justicia, mártir del periodismo.
He hecho este relato en protesta porque le han cambiado el nombre al jirón Miró Quesada y le han puesto Santa Rosa. La santa limeña está fuera de este problema, porque estoy totalmente seguro de que Santa Rosa jamás hubiera sacado el nombre de una persona para poner el suyo.
Solamente algunos personajes del municipio de Lima ignorantes, aleves y nada transparentes tratan de agraviar a Antonio Miró Quesada suprimiendo su nombre del jirón en que se encuentra por multitudinaria petición nacional acogida con entusiasmo por la Municipalidad de Lima de aquel entonces.
Por consiguiente, seguramente como muchos de mis familiares, como ciudadano, demócrata, periodista y sobrino nieto de un paladín de la libertad de prensa, exijo que se restablezca el nombre en ese jirón.
Estoy totalmente seguro de que la bondadosa Santa Rosa no se opondrá a esta petición. Es más, la santa protestaría porque han utilizado su nombre para una vendeta porque el periódico critica a la actual gestión municipal.