Andrés Oppenheimer

Los presidentes de los tres países más grandes de –México, Brasil y Argentina– merecen la medalla de oro a la incompetencia: están perdiendo la mayor oportunidad en generaciones para aumentar el crecimiento económico y reducir la pobreza.

Los crecientes problemas económicos de podrían ser una bendición para los países latinoamericanos, porque cada vez más empresas multinacionales están queriendo mudar algunas de sus fábricas de China a otros países. Hace solo unas semanas, Apple anunció que trasladará la fabricación de su iPhone 14 fuera de China. Sin embargo, la empresa no va a trasladar esa operación a Latinoamérica, sino a India.

Las actuales manifestaciones callejeras en China contra el régimen por las estrictas medidas de confinamiento por la pandemia del COVID-19, aunque relativamente pequeñas, son las mayores protestas antigubernamentales desde las demostraciones de la Plaza de Tiananmen en 1989, dicen los observadores extranjeros. Y estas protestas están teniendo lugar tras una serie de malas noticias para el presidente Xi Jinping:

La economía de China, que solía crecer a tasas anuales del 10% en las últimas décadas, crecerá solo un 3,2% este año y un 4,4% en el 2023 y el 2024, según nuevas proyecciones del Fondo Monetario Internacional. Las severas cuarentenas del régimen chino por la pandemia han paralizado gran parte de la economía.

El 20º Congreso del Partido Comunista de China en octubre, que otorgó poderes aún mayores a Xi, fortaleció a los burócratas del partido gobernante a expensas de los tecnócratas. Lo más probable es que eso resulte en mayores controles estatales sobre la economía, inhiba la innovación y quizás deprima aún más la economía china.

Muchas empresas multinacionales ya buscaban diversificar sus cadenas de suministros de China desde hace tres o cuatro años, por temores de que una posible guerra comercial entre Estados Unidos y China pueda dejarlas sin suministros para sus plantas de ensamblaje en Estados Unidos.

Las empresas estadounidenses también quieren diversificar sus plantas de producción por temor a posibles nuevas cuarentenas por la pandemia en China, que también podrían paralizar sus líneas de producción.

Además, los costos laborales de China se han más que triplicado durante la última década. Un trabajador manufacturero en China ganaba unos US$6 por hora en el 2020, lo que ya era un salario promedio mayor al de un trabajador en México, según un informe reciente de Bank of America.

Estos y otros incentivos para que las empresas multinacionales diversifiquen sus fuentes de producción y las traigan más cerca de Estados Unidos –una tendencia que los economistas denominan “near-shoring”, algo así como “producir más cerca” de casa– podrían ser una “oportunidad única en la vida” para México, escribió Carlos Capistrán, investigador de Bank of America.

Según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo el “near-shoring’' podría hacer aumentar las exportaciones anuales de México en US$35.200 millones, las de Brasil en US$7.800 millones y las de Argentina en US$3.900 millones. Las exportaciones totales de América Latina podrían aumentar nada menos que US$78.000 millones anuales.

Pero, sorprendentemente, los gobiernos de los países más grandes de América Latina están haciendo poco y nada para atraer estas inversiones.

Mauricio Claver-Carone, que fue presidente del BID hasta setiembre, me dijo que pasó gran parte de sus casi dos años al frente de la institución financiera regional tratando de lograr que los países aprovecharan la ventana de oportunidad del “near-shoring”, pero se encontró predicando en el desierto.

De hecho, América Latina tuvo una oportunidad única en la Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles en junio para presentar un plan regional para atraer empresas manufactureras estadounidenses con fábricas en China. Pero el presidente de México boicoteó la cumbre porque Cuba no estaba invitada, y Argentina y otros países dedicaron la mayor parte de su tiempo en la reunión quejándose de la exclusión de la dictadura cubana.

Ahora, las empresas multinacionales estadounidenses están trasladando algunas de sus fábricas desde China a India, Vietnam y otros países asiáticos. América Latina está perdiendo su oportunidad del siglo, y sus presidentes siguen hablando de boberías en lugar de aprovechar esta oportunidad de oro.


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Andrés Oppenheimer es periodista