Después de cuatro meses y medio de cuarentena y estado de emergencia, sin duda alguna hemos vivido las Fiestas Patrias más raras de nuestra existencia. La paradoja es que ello ocurre a puertas del bicentenario de la independencia nacional.
Precisamente días antes del aniversario patrio, una imagen taladró nuestra conciencia nacional y, como suele ocurrir en estos casos, fue la expresión de una metáfora que no podemos ocultar. Celia Capira corre detrás de la comitiva presidencial en Arequipa y suplica a gritos al presidente que no deje morir a su esposo. Este, gravemente enfermo de COVID-19, desfallece en una improvisada carpa a las afueras del hospital y muere tres días después. Conocida la noticia, el mandatario le pide disculpas por no haberla escuchado.
Como ha dicho la historiadora Carmen McEvoy, este episodio tan fuerte nos enrostra la incesante realidad en la que el pueblo corre detrás del Estado, su Estado, suplicando atención a sus necesidades básicas. Pero nunca lo puede alcanzar. El Estado no lo ve, no lo escucha, lo invisibiliza y sigue su marcha, porque es un Estado indolente, un Estado que siempre le da la espalda en favor de otros intereses. Esta vez, al menos, hubo disculpas. Para lo que sirvan.
Fue un 28 raro. Sin que la prensa nos despierte con los tamales y el chicharrón del desayuno presidencial, con un Te Deum en un templo vacío, sin la presencia de los políticos con cara de penitencia pero sin acto de contrición (mejor). Lo único usual fue lo largo y aburrido del mensaje.
No me sumaré a los críticos del presidente. Nunca nadie le reconoce nada al discurso de Fiestas Patrias. Pero pudo haber un esfuerzo para hacerlo corto, contundente, acorde a los signos de los tiempos. Hubiera aliviado en algo un poco de autocrítica. Por qué la cuarentena tempranera no fue aprovechada para evitar que mueran tantos médicos, enfermeras y policías; por qué no sirvió para abastecer a hospitales de oxígeno que hubiera salvado miles de vidas perdidas absurdamente; por qué la indiferencia frente al drama de las cárceles y de los caminantes. Qué bien nos hubiera caído escuchar corto y planchado cuál es el plan de salida. En el recuento triunfalista e innecesario se diluyó el mensaje de esperanza. Otra oportunidad perdida.
Por contraste tuvimos la homilía del arzobispo de Lima, quien hizo gala de su oficio de pastor. Citando a Vallejo, le dijo a su rebaño –no al de la inmunidad, a la que nunca llegamos, sino al pueblo asustado, deprimido y nervioso por un flagelo invisible como las plagas de Egipto– que, pese a que la “resaca de lo sufrido se empoza en el alma”, en medio de la terrible oscuridad que vivimos hay luces innegables: nuestra capacidad solidaria; nuestros mártires, cuya justeza en la entrega nos ha enaltecido; el esfuerzo ciudadano por no dejarnos vencer; el sentido de bien común.
Pertinente su referencia a héroes como el incansable líder awajún Santiago Manuin y Ángel Romero, el “ángel del oxígeno”, muerto por el virus en su esfuerzo por proveer de oxígeno a precio justo a los familiares desesperados de infectados que no podían respirar más por sí mismos.
Con voz firme, el arzobispo Carlos Castillo sostuvo que, frente a la frivolidad y el individualismo que nos atacan como la pandemia desde hace décadas, debemos superar la mezquindad y la corrupción. “Hay que sacrificar el bien individual en aras del verdadero bien nacional”, dijo. Su visión de que la crisis trae de vuelta el ideal de nación y nos convoca a la unidad es inspiradora y coherente con su invocación: “No se dejen robar la esperanza”.
Es interesante que tanto el presidente como monseñor Castillo coincidan en un punto. Pacto Perú, lo ha llamado el mandatario. Proceso de diálogo, el pastor. Todo indica que es nuestra única salida. Y no puede ser más de lo mismo. El desfile indigno y estéril de políticos por Palacio de Gobierno a ver si concuerdan con la propuesta del Ejecutivo no tiene cabida esta vez.
Como señalaron los ilustres Juan de la Puente y Max Hernández en un reciente evento convocado por el PNUD sobre la nueva agenda política después del COVID-19 (que recomiendo buscar en YouTube), no puede ser un mero acto formal de lo tomas o lo dejas. Debe ser una convocatoria, que puede darse desde el Acuerdo Nacional, que constituya un verdadero proceso de consultas amplias con todos los sectores de la sociedad.
La patria no está para fiestas, pero lo menos que se merece por habernos regalado este orgullo de ser peruanos a pesar de todo, como lo gritamos en el Mundial (“cómo no te voy a querer…”), es no renunciar al ideal de la patria posible, ¡firmes y felices por la unión!