Todo lo que podría decirse de la importancia de para la literatura ya lo dijo Javier Cercas en una columna que escribió para el diario “El País” de España el día después de que se conociera que nuestro escritor había ganado el Nobel. Volví a leer ese artículo hace unos meses, cuando Vargas Llosa publicó “Le dedico mi silencio”, la novela con la que cerrará una carrera literaria que, mucho me temo, solo llegaremos a ponderar con justicia con el paso del tiempo. No solo cuando transcurran los años y nos demos cuenta de lo pequeña que incluso una novela prominente se ve comparada con “Conversación en La Catedral”, sino principalmente al constatar lo absurdo que resulta que obras como “La guerra del fin del mundo”, “La Casa Verde”, “La fiesta del Chivo” y “La ciudad y los perros” hayan salido de una misma cabeza.

Mi problema es que, hace dos semanas, Vargas Llosa comunicó que también dejaba de escribir columnas, y allí sí que me cuesta encontrar algún texto que pueda decir con exactitud –con ‘la palabra justa’, como diría Flaubert, que tanto le gusta a don Mario– todo lo que este género periodístico le debe a él. Y, como yo tampoco voy a lograrlo, pensé que una buena forma de terminar el año en el que ha anunciado su retiro de las novelas y del periodismo es compartiendo algunos apuntes sobre sus artículos.

De entre las cosas que se han dicho a raíz de su última columna, varios han destacado que Vargas Llosa fue un articulista que nunca se calló por temor al escarnio. Se dice fácil, pero no lo es tanto. Aunque no tengo pruebas, sospecho que todos los que publican columnas o intentamos hacerlo con cierta regularidad alguna vez nos hemos guardado una opinión o le hemos alisado los bordes para no resultar punzantes con quienes comulgamos. Hace falta mucho valor para hacer lo contrario y más aún si, como don Mario, lo que estás poniendo en juego con una sola columna es mucho más que un cargamontón; es el pedestal en el que tantos te han colocado por tus novelas.

Yo también me he encontrado muchísimas veces en las antípodas de varios de sus artículos, pero nunca he dejado de reconocer su entereza al compartir sus ideas y la integridad con la que las defiende. O, dicho de otra forma, siempre he tenido la seguridad de que en sus textos uno puede encontrar lo que realmente piensa –sea bueno o malo– y no lo que él cree que a sus seguidores, colegas o amigos les gustaría leer.

Quizás esto nunca fue tan claro como cuando, hace casi tres años, escribió que Keiko Fujimori le parecía el mal menor frente a Pedro Castillo y pidió a los peruanos que votaran por ella. Muchos lo satanizaron por ello, unos cuantos lo acusaron de racismo y algún que otro despistado llegó a llamarlo ‘fujimorista’. Cuando la verdad es que, puesto a decidir entre una candidata a la que llamó en el pasado “la hija de un asesino y un ladrón” y un candidato al que ya desde la campaña se le notaba su poco apego a la democracia a la que año y medio después intentaría derrumbar, Vargas Llosa dijo lo que pensaba. Sin duda, lo mejor para él habría sido quedarse callado o pedir el voto en blanco, pero si algo siempre hizo fue explicar, sin rodeos y sin remilgarse, quién le parecía el mal menor.

Sería una injusticia dejar de mencionar, por otro lado, sus columnas sobre literatura, que me parecen las mejores de su repertorio. No solo porque en ellas, como en sus ensayos, Vargas Llosa abordó novelas o incluso la obra completa de un autor con tanta facilidad y persuasión que muchos nos confundimos al punto de llegar a creer genuinamente que podíamos ser escritores; sino porque esos artículos hicieron que varios de nosotros pudiésemos conocer a novelistas a los que, de otra forma, no hubiésemos leído o, cuando menos, nos hubiéramos tardado mucho más en leer. Gustave Flaubert, William Faulkner, Thomas Mann, André Malraux, Juan Gabriel Vásquez, entre otros, habrían llegado tarde a mi vida –o no lo hubieran hecho nunca– de no haberlos encontrado en algún texto de don Mario.

Por ello, estoy seguro de que muchos de sus artículos, como sus novelas, se seguirán leyendo con fascinación en los próximos años y, la verdad, no se me ocurre mejor triunfo que ese para un columnista.

Gracias por todo, maestro.

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