¿Podemos confiar en la recuperación económica del Perú proyectada para el 2024? La pregunta es especialmente válida esta vez. Hace poco más de un año, antes de que estallaran las protestas y se hicieran obvias las anomalías climáticas del 2023, la mayoría de los economistas pensaba que el crecimiento del año pasado sería cercano al 2,5%. Hoy sabemos que, en realidad, será negativo. ¿Por qué confiar esta vez, entonces, en los estimados de expansión del PBI del 2% al 3% que adelantan los especialistas? ¿Acaso no se podrían volver a ‘equivocar’?
Desde un punto de vista estricto, la respuesta es que no podemos confiar mucho más en las proyecciones de este año que en las del pasado. Así como no era posible prever los cierres de carreteras de enero y febrero, la gripe aviar del primer trimestre, la alta temperatura de la costa del norte ni las sequías del sur, la cantidad de cosas que pueden ir mal en un año cualquiera es incalculable. Un ejemplo más dramático de lo mismo se vivió en el 2020 con el COVID-19, un choque monstruoso de oferta y de demanda simultáneos que nadie tenía en su modelo de estrés. Las sorpresas desagradables son parte de la historia.
Pero llevar este razonamiento al extremo nos aproxima al cinismo. En esa línea, alguien podría cuestionarse para qué hacer proyecciones del todo, o tomárselas en serio, si podemos estar equivocados. Por supuesto, este argumento sería equivalente a señalar que, dado que no podemos anticipar todo, mejor no anticipemos nada. Y eso es absurdo. La verdad es que todas las proyecciones están sujetas a desviaciones, algunas favorables y otras no. Lo importante es que el sesgo (hacia arriba o hacia abajo) no sea sistemático –de lo contrario se podría acusar, con razón, de optimismo o pesimismo deliberado– y que las desviaciones no sean consistentemente profundas. De hecho, en años con eventos inesperados moderados o leves (o en direcciones contrapuestas), que son la mayoría, las estimaciones no se alejan tanto de la realidad. Las proyecciones de diciembre del 2021 sobre el crecimiento del PBI del 2022, por ejemplo, se cumplieron casi con exactitud (2,6% esperado vs. 2,7% realizado).
Dicho todo eso, las proyecciones cumplen un rol adicional: nos dan una idea de cuánto podría estar creciendo la economía en ausencia de estos choques impredecibles. Y, poco a poco, la visión para el 2024, con un estimado de 2,5%, se está aproximando a la que sería la de un año estándar para la economía peruana. Desde el lado positivo, las condiciones monetarias tienden a normalizarse en línea con una caída progresiva de la inflación, lo que podría mover el consumo y la inversión, y el fenómeno de El Niño costero parece perder fuerza. Desde la parte negativa, no hay muchos motores relevantes de crecimiento para el 2024, como fue el inicio de la mina Quellaveco (Moquegua) en año pasado, y la incertidumbre política aún pesa fuerte, con una confianza que no logra despegar.
Lo preocupante es que todo esto podría ser, más que una proyección anual más, cercano al ‘nuevo normal’ de la economía nacional para el mediano plazo. Eventos inesperados de oferta y de demanda habrá siempre (lo vivimos apenas el año pasado), y una visión sensata sugiere que eso no es lo más importante. Lo grave es que lo normal sea ahora 2,5% de expansión –un número con el que los negocios establecidos pueden continuar operaciones en relativa estabilidad, pero muy insuficiente para seguir mejorando la calidad de vida de la población más vulnerable–. Empezar a tomar pasos para duplicar esa tasa hacia el 2026 debería ser objetivo del 2024. Por eso, sabremos que el panorama habrá cambiado de verdad y de manera relevante cuando se pueda proyectar honestamente al menos dos crecimientos consecutivos del 5% anual, aún si la proyección falla.