Políticamente la capital de la República parece una “provincia” más. No es un secreto que la política subnacional en el país se caracteriza por su fragmentación, su alta volatilidad electoral y la penetración de poderes ilegales (a través del clientelismo y la coerción). Los limeños solemos ver esta problemática como exclusiva de “las provincias”. ¿Pero, acaso la política municipal limeña no es también un ejemplo del padecimiento de estos mismos problemas? No es que los partidos nacionales y los poderes formales hayan abandonado a las regiones (donde mañana ganarán independientes con proyectos propios), sino que también dejaron un vacío político –hace rato– en Lima. Solo que no queremos darnos cuenta.
Partidos políticos tradicionales (Apra, PPC) y emergentes (fujimorismo) que han logrado éxitos relativos en elecciones nacionales, no son competitivos en elecciones subnacionales, incluyendo la capital de la República. Desde la caída de los partidos, en Lima han predominado los proyectos personalistas (Belmont, Andrade, Castañeda). Inclusive quien prometía un cambio en esta tendencia (Villarán), siguió el mismo camino del personalismo a través de un vientre electoral. Este tipo de político independiente sin partido ni organización, con campaña improvisada que deambula entre el márketing chicha y la maquinaria electoral es el patrón hegemónico en todo el país, y Lima no es la excepción.
La política electoral nacional, por lo menos a nivel presidencial, ha logrado consolidarse en un ‘establishment’ crecientemente estable. De hecho, el paso de políticos de distintos partidos (Fujimori, Toledo, García y Humala) por la administración del gobierno central ha respetado cierta continuidad y coherencia en equipos y en políticas públicas (visible en la tecnocracia económica y de algunos sectores). Algo que no sucede a nivel metropolitano en Lima ni regional (en la mayoría de jurisdicciones) precisamente por la ausencia de un ‘establishment’; es decir de una élite (política, económica) que dirija los intereses públicos de las sociedades donde influyen.
La pregunta siguiente es por qué se pueden generar dinámicas de sistemas más o menos estables a nivel nacional, pero endebles en la política subnacional (incluyendo la propia capital). ¿Por qué agrupaciones políticas pueden tener respaldos electorales significativos en candidaturas presidenciales pero no cuentan con capacidad de endose relevante a en elecciones regionales y municipales? El impacto de las personalidades políticas en determinados proyectos nacionales (Alan García en el Apra, Keiko Fujimori en Fuerza Popular) ha permitido cierta consistencia en términos de fidelidades, pero que es irreproducible en escalas menores. El resultado es una dinámica desdoblada: el asentamiento de un sistema nacional y la fragmentación de los subsistemas regionales (incluyendo la capital).
La campaña municipal en Lima ha desenmascarado la precariedad de la política capitalina dominada por movimientos personalistas que son incapaces de generar algún tipo de señal programática (que sí sucede en el nivel nacional). De hecho, en algunas regiones (Cajamarca) el vínculo ideológico está más afianzado que en la capital. Lima no ha podido constituirse como la vanguardia de nuevos procesos políticos y, por el contrario, replican las peores versiones de las dinámicas regionales.