Hugo
Hugo
Hugo Neira

En estos días, el presidente Donald Trump regresa a la , “después de un año en que ha dinamitado el consenso global” (“El País”). Es un tema para comentar, como el viaje del presidente argentino, Mauricio Macri, para pasar el sombrero ante los inversionistas de Nueva York. Otro asunto, me tienta ocuparme de cómo Japón, compitiendo con otras potencias industriales, logra colocar dos de sus naves espaciales en un asteroide. “La escena contemporánea” como la llamó José Carlos Mariátegui, lo de afuera, tentador. Pero las son para el próximo 7 de octubre. Y diré lo que sigue. Evidencias.

No voy a fungir lo que no soy, ni arquitecto, ni urbanista. Ni tampoco voy a comentar las propuestas, las he seguido, aunque con la sorpresa de que no se menciona cómo otras ciudades latinoamericanas han enfrentado el problema del exceso de autos. Lima embotellada. Todos lo sabemos, cuatro horas de la vida en ir y en volver. ¿Hay una solución? La hay. Lo que voy a narrar es fruto del azar. De viajes.

La primera impresión vino al ir a Manizales, a su universidad, tuve que pasar a la ida y a la vuelta por Bogotá. Y descubro que en Bogotá (8 millones) se aplica la división del parque automotor en dos grupos. Los que circulan con una placa par y los que la tienen impar. Unos, lunes, miércoles y viernes. Los otros, martes, jueves y sábado. Lo noté, y confieso que se me olvidó.

Estando en México D.F. (22 millones) tras informaciones para un libro mío, pude observar, sin quererlo, que dividen la masa de carros en dos mitades. Los de hologramas 1 y hologramas 2. Resulta que hay un tercer holograma, se llama Exento.

La tercera ciudad es Santiago de Chile, donde resido por períodos. Pues bien, tienen un sistema de sellos de color. Y aunque tienen una estupenda red de metro, igual. Cortan la salchicha del tráfico en varios pedazos.

Con variantes propias de cada ciudad, lo que tienen en común en sendas capitales es que hay una sensata restricción vehicular. El domingo es de todos. ¿Solución tonta, no? También es tonto ponerle a los edificios una cosa que se llama ascensor.

Reflexionemos. En algunos casos, sustenta esas medidas la contaminación ambiental. Eso sería para México y Santiago, que tienen a ratos su smog. Pero no para Bogotá. En común tienen el exceso de autos particulares. La restricción opera incluso en ciudades que disponen de un sistema de transporte subterráneo que solo vamos a tener, al paso que vamos, dentro de 60 años. Esas medidas no tocan a taxis, ómnibus, coches policías y ambulancias. ¿Se imagina el lector si el millón de carros particulares que circula en Lima se divide en dos? ¡Qué alivio!

En Lima se desplazan, en idas y vueltas, 16 millones de pasajeros desesperados. “Se han registrado 89 mil en todo el Perú, 49 mil ocurren en Lima” (“La República”). La capital está ya colapsada. Pero buena parte de los candidatos al sillón municipal propone menudas soluciones localistas. En consecuencia, no se dan el trabajo de echar un vistazo a ciudades que están aquicito nomás, a 3 horas de vuelo, Santiago; 4 horas, Bogotá. Lima es capital y a la vez un país, tres veces más poblado que Uruguay. Las propuestas sobre bicicletas, corredores viales, funiculares o acabar con el chatarreo no resuelven de inmediato la demanda de los pasajeros. ¡Una ley que opera ya en otras ciudades! Pero hay una Lima bizantina que detesta lo sencillo.