La sucesión de reuniones que configuró el proceso de transferencia del poder de la administración humalista a la de PPK sugirió un ambiente de inusual armonía. Casi se podría decir de tácita continuidad. Lamentablemente –y pasados los confusos incidentes de corrupción burocrática de los primeros días de la administración Kuczynski– esta luna de miel se acabó abruptamente.
Fue primero el actual ministro Alfredo Thorne quien denunció públicamente las prácticas nada transparentes del Ministerio de Economía y Finanzas bajo la gestión de los Humala –aunque luego se desdijo–. Pero, tres meses después de iniciado el gobierno, la cosa se desató. Diversos exponentes del más alto nivel de gobierno de la actual administración avisaron respecto al desaguisado fiscal y los entrabamientos generalizados a la inversión privada heredados del gobierno anterior.
La mera referencia al desastre fiscal de estos días enervó iras instantáneas del último titular del Ministerio de Economía y Finanzas, Alonso Segura, y del ex primer ministro Pedro Cateriano. Ellos, como era previsible, salieron a defender su gestión.
Resultan irrelevantes los dimes y diretes de cada uno de los involucrados en esta contraposición. Importan las cifras porque –debidamente torturadas– nos confesarán quién tiene la razón y quién miente.
Para aclarar las cosas, nada de trabajar con proyecciones ni con las creencias usualmente asociadas a estas respecto a valores futuros de variables como el PBI (que ex ante cada quien puede inflar a su discreción). Después de todo, se trata solo de adivinanzas que tienen mucho de subjetivas y de estimaciones estadísticas muy preliminares.
Vayamos, pues, a las cifras anualizadas publicadas y a su evolución hasta julio pasado (esto, muy apreciado lector, sin dejar de considerar que las estadísticas registradas los primeros meses de toda nueva administración reflejan el trabajo o los errores de sus predecesores). Haciendo esto, la figura resulta muy clara: la gestión anterior tuvo un manejo fiscal deplorable al menos en los dos últimos años.
No es solo que el déficit fiscal anualizado del Gobierno Central ya superase los US$6.000 millones a fines de julio del 2016, sino que su tendencia había sido negativamente sostenida desde mediados del 2012. Solo en el último año, la escala anualizada del déficit en dólares americanos se duplicó.
¿Qué pasó? Bueno, junto a la continua contracción de las exportaciones y la inversión privada, la recaudación tributaria estuvo en caída libre. La recaudación de todos los impuestos se comprimió a ritmos inmanejables. Así, solo en los últimos 12 meses de gestión, la recaudación anualizada en dólares americanos del Impuesto a la Renta se comprimió al 14%, mientras que la del IGV al 7%.
Pero esto es solo parte de la foto. La gestión fiscal de los Humala fue bastante festiva si no acaso irresponsable en el manejo del gasto del Gobierno Central y de los nuevos endeudamientos requeridos.
De hecho, el gasto del gobierno se infló sostenidamente desde los US$28.861 millones recibidos de la administración aprista hasta los US$39.672 millones registrados en febrero del año pasado. Una explosión de gasto adicional de US$10.810 millones que registró, dicho sea de paso, un pobrísimo efecto reactivador.
Ahora bien, para gastar a este desproporcionado ritmo, los ingresos fiscales no alcanzaban y, por ello, se nos endeudó en los aludidos US$6.000 millones en nueva deuda interna y externa, mientras se consumieron unos US$854 millones del Fondo de Estabilización Fiscal y se inyectaron US$1.262 millones de nueva deuda estatal a las inversiones que respaldan las jubilaciones privadas.
La situación aquí esbozada es impresentable...pero cierta. Pero no hay casi nada que un diligente funcionario de una gestión anterior no pueda defender apasionadamente. Razones ad hoc para gastar y endeudarnos pueden articularse aludiendo factores diversos. También se pueden articular proyecciones mágicas para el futuro.
Pero lo cierto y difícil de esconder es que el primer ministro Fernando Zavala tiene mucha razón cuando sostiene que el gobierno ha heredado una situación fiscal preocupante. Lo que en cambio resulta también preocupante –dado que las cifras estaban disponibles para todos antes de la elección y las tendencias que hoy día restringen su accionar eran evidentes hasta un año atrás– es cómo el equipo entrante se tomó varios meses para romper su generoso silencio.