No me refiero a la relación entre ambas disciplinas o sobre cuánta terminología jurídica existe en las obras de grandes escritores, sino al reciente artículo sobre Alberto Fujimori del consagrado y joven escritor Santiago Roncagliolo titulado “El delincuente común” (El Comercio, 28/4/2017).
Quiero resaltar una frase: “Si eres un gran padre de familia, o un brillante profesional, y un día robas un banco, vas a la cárcel. Los éxitos personales y profesionales no se restan de las condenas penales”. Luego, “El Perú ha dado un ejemplo internacional de primer orden al ser capaz de imponer la ley sobre las bajas pasiones políticas. En nuestro país, como en pocos (y hay que subrayar pocos), están presos los cabecillas subversivos, pero también militares, ministros y un presidente”.
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En cuanto a lo primero, el derecho sustantivo es definitivo. Para hablar en otros términos, se juzga a una persona por algún supuesto delito, que en el proceso debe demostrarse que cometió, porque si no lo hace va a la cárcel. No se le juzga por otros actos, incluso aquellos buenos que realizó en su vida, ya que eso no borra el daño cometido que debe reparar.
Por ejemplo, en su obra “Las benévolas”, el escritor franco-estadounidense Jonathan Littell dice sobre el monstruo nazi, el exterminador de judíos Adolf Eichmann, que “no era la encarnación del mal banal sino un burócrata de talento, extremadamente competente en sus funciones, con altura de miras y un considerable sentido de la iniciativa personal”.
Asimismo, en “Los miserables” de Víctor Hugo, el inspector Javert, el perseguidor implacable por razones de Estado, luego de sus crímenes, al llegar a casa, besa amorosamente a su esposa y hace dormir a su bebe como si todo fuera normal, como si no hubiera pasado nada. No hay conciencia, solo satisfacción de haber cumplido las órdenes de los jefes.
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Guardando las distancias, esta ceguera moral anidó en el fujimorismo. Se trata de una mancha imborrable para desgracia de sus seguidores que han sido cegados por la creencia incuestionable en el líder, por el sometimiento total a su figura y a sus pocas palabras (debido a su parquedad), pero suficientes para que en su gobierno existieran muchos daños colaterales y otros que no se borran del recuerdo de los familiares de los asesinados, de los torturados, de las ultrajadas y de muchos otros que nos solidarizamos con esos espíritus dolientes.
Se trata, entonces, de fríos burócratas al servicio del poder, porque tienen ceguera moral y no hay reconocimiento del otro. La suma de todos estos dolores es la principal causa por la que Keiko Fujimori no llega al poder, lo que desde luego les debe causar mucha ira.
Respecto al segundo punto que hace Roncagliolo, tuve las siguientes experiencias:
Cuando en el 2005 en Francia le presenté mis credenciales como embajador del Perú a Jacques Chirac, y en el proceso de lo que significa ese acto protocolar, le conté que Fujimori había sido capturado en Chile y que las autoridades judiciales peruanas iban a pedir su extradición, me respondió en francés: “¡A ese desgraciado! No se preocupe, señor embajador, los chilenos son serios, se lo van a entregar al Perú”.
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Años después, en el 2011, cuando ya Fujimori estaba condenado, dando una conferencia en una maestría de la Facultad de Derecho de la Universidad de Bilbao (donde estudié entre 1967 y 1968), precisamente sobre democracia en América Latina, al referirme a los problemas de corrupción, un catedrático de Derecho Penal me dijo: “Un caso emblemático de que en América Latina sí se lucha contra la corrupción y la violación de los derechos humanos es el juicio y la condena de Fujimori”. Sin duda, una sanción ejemplar de nuestras autoridades judiciales reconocida en el extranjero.
Precisamente, sobre ese tema ha declarado la ministra de Justicia y Derechos Humanos, Marisol Pérez Tello, al afirmar que “Fujimori no califica para un indulto común, porque está sentenciado por delitos de corrupción y de lesa humanidad”. Esto es justicia y no odio, como afirman los fujimoristas contra todo aquel que –como Roncagliolo o Mario Vargas Llosa– critican al fujimorismo por los daños que causaron a la humanidad de los peruanos. Aunque también muchos digan “no se escucha, compadre, yo no vi nada”, en total autoengaño.