Pese a que en tres de las cuatro preguntas del referéndum existía aparente coincidencia entre la propuesta presidencial y la del Congreso, el resultado aparece como un triunfo contundente del primero sobre el segundo. Esa traducción del voto ciudadano es acertada, pues el Congreso aprobó las leyes a regañadientes y no las hizo suyas. Por el contrario, las bancadas de oposición y varios congresistas se esmeraron por hacer campaña por el No en todas las preguntas y, sobre todo, alentar la idea del fraude. Así el presidente llegó solo a la meta.
El triunfo del presidente Martín Vizcarra no solo es aplastante, sino que le otorga un alto grado de legitimidad, muy necesaria para él en un momento que se cuestionaba el origen del cargo (“presidente encargado”). Apoyo ciudadano que, sin embargo, es personalísimo y distanciado del gobierno. Esa distancia que los separa no solo es notoria, sino que advierte un llamado de atención. La ciudadanía sigue al presidente, pero no a su gobierno. Ese es un límite, pues un gobierno se manifiesta a través de sus sectores, que deben estar dirigidos por los ministros, que son responsables políticos.
Ese déficit tiene que ser cubierto por el presidente Vizcarra con un impostergable cambio en varias carteras de gobierno. Sin embargo, este triunfo aplastante debe ser leído con cuidado, pues carga con un alto grado de expectativa que se ha nutrido, en gran parte, por la fuerte conexión con el hartazgo ciudadano con el Congreso. Esa no será la dinámica el próximo año, donde si no hay resultados el hartazgo puede ser dirigido contra el presidente.
Pero las políticas públicas que se requieren implementar, entre ellas las de anticorrupción, deben estar organizadas en un plan que claramente identifique los objetivos del gobierno y la posibilidad de alcanzarlos. Para ello necesita, aparte de un apoyo ciudadano, apoyo parlamentario. Peruanos por el Kambio (PpK) no es una bancada oficialista y, si así lo fuera, es insuficiente para cubrir esa necesidad. Por lo tanto, la creación de una bancada propia o cercana, sobre todo con aquellos parlamentarios que han salido de Fuerza Popular, APP y el mismo PpK, podría ser una base de apoyo que requiere el gobierno.
En la acera de enfrente, la otrora disciplinada y dura oposición ha sido aplastada por el resultado, perdiendo cada una de sus batallas. El resultado ha puesto de manifiesto su desconexión con el sentir ciudadano y su lectura es una negación de la realidad. Al igual que en el 2016, explica este por una manipulación presidencial y un sistemático fraude de la que es víctima. Ya el informe de la OEA deja sin piso este argumento. El problema es que se está convirtiendo en una mala práctica desconocer resultados cuando no la favorecen. Sin embargo, los votos fujimoristas y apristas siguen sumando la mayoría en el Congreso. Pero mantener esta mayoría requiere ciertos incentivos para sus miembros, sobre todo en Fuerza Popular, que va más allá de la defensa de su lideresa, con mayor razón ahora que no hay reelección parlamentaria. La tarea no es fácil.
Es aquí, en este espacio entre gobierno y oposición, donde se está creando un núcleo catalizador organizado por Daniel Salaverry, presidente del Congreso. Se ha convertido en un interlocutor con el Ejecutivo y ha cortado las alas a los sectores más duros de la oposición, como con la negativa de la firma de la ley sobre financiamiento, así como la convocatoria a una legislatura extraordinaria. Nada está dicho, pero las relaciones Ejecutivo-Legislativo pueden mejorar. Ahora con los poderes equilibrados se puede sostener una gobernabilidad tan necesaria para un buen gobierno.