Cuando entrada la noche del domingo se publicaron los resultados del conteo rápido, incluyendo la distribución probable de escaños del nuevo Congreso, la primera reacción para muchos fue de sorpresa y preocupación. Y si bien, dos días después, la preocupación sobre las implicancias del resultado electoral continúa, la sensación de que ha sucedido algo realmente inesperado, en buena medida, se ha disipado. El resultado fue una clara respuesta a los sobresaltos políticos de los últimos cuatro años y debe, a la vez, ser entendido en el contexto de unas continuidades mucho más profundas de la sociología de nuestros votantes.
En primer lugar, no fue sorprendente que la elección del domingo terminara de dar cierre a lo que Odebrecht y la crispación política de estos años habían iniciado. Dicho de otra manera, que el fujimorismo y el Apra fueran los grandes derrotados de la elección.
Desde el 2001, la política nacional se ha caracterizado por ser una de políticos sin partidos, es decir, un sistema en el que un grupo de figuras centrales dominaba la política desde el liderazgo de movimientos personalistas. El domingo, ninguna de las fuerzas que representaban a esos líderes quedó entre las cinco más votadas. De las organizaciones que obtuvieron los primeros cuatro lugares en todas las elecciones presidenciales desde el 2001, solo Fuerza Popular y la izquierda alcanzaron representación parlamentaria. No es, en realidad, una sorpresa que ante el colapso de las figuras centrales de las últimas dos décadas hayan aparecido nuevas opciones o hayan vuelto a la vida algunos membretes del pasado.
En segundo lugar, si bien las caras han cambiado, lo que el voto ha expresado en los últimos 20 años sigue, en buena medida, ahí. El sur sigue haciendo un voto de protesta –en el pasado por el nacionalismo y el Frente Amplio y hoy por el etnocacerismo de Antauro Humala–. Lima sigue en disputa entre un liberalismo con toques elitistas y el desborde popular. En el 2016 fue PPK versus el fujimorismo, hoy es el Partido Morado frente a Podemos Perú. La costa norte sigue siendo el bastión del capitalismo más informal, representado por Fuerza Popular y Alianza para el Progreso (APP). Los problemas asociados con todos estos fenómenos siguen ahí: el liberalismo republicano sigue siendo excesivamente limeño, la informalidad sigue siendo una expresión central de nuestra vida nacional y el sur, con todas sus exclusiones, sigue ahí. El voto de Unión por el Perú (UPP) es una alerta de que, una vez más, lo peor puede estar por venir.
En tercer lugar, la elección del domingo ha sido una nueva prueba de fuego para el enorme desafío de la representación. A raíz de la dispersión entre más de 20 partidos, alrededor del 30% de los votos válidos han quedado sin curules parlamentarias, al no pasar el umbral del 5%. Desde que existe la valla este es de lejos el porcentaje más alto de votos que no logran obtener escaños. Parte de esto se explica en el hecho de que no hubo candidatos presidenciales que arrastraran sus listas legislativas. Algunas reformas electorales podrían ayudar a disminuir los efectos nocivos de la crisis de representación.
¿Qué se puede esperar de este nuevo Congreso? En primer lugar, todo indica que no se formarán coaliciones estables y que para aprobar reformas el Ejecutivo tendrá que hacer coaliciones ad hoc. Desde la derecha, uno de los grandes temores era que se intentara hacer un cambio al capítulo económico de la Constitución. Esa posibilidad ha quedado enterrada. Las fuerzas de izquierda –Frente Amplio y Juntos por el Perú, si pasa la valla– sumarían 11 escaños. Incluso si UPP se sumara a ese esfuerzo, solo llegarían a alrededor de 25 votos de 130.
Con respecto a la reforma política, en la que están depositadas enormes expectativas, sí es posible imaginar un escenario en que se llegue a formar una coalición de 87 votos para hacer cambios constitucionales. Acción Popular, APP, el Partido Morado, el Frente Amplio, Somos Perú y Juntos por el Perú llegan en conjunto a alrededor de 75 escaños. Si logran sumar a un partido más, por ejemplo al Frepap, podrían pasar la valla de los 87 votos. Un escenario así no es descabellado.
Finalmente, la elección del domingo deja algunas interrogantes con respecto al 2021. La primera es que parece existir, a juzgar por el voto de UPP en el sur, terreno fértil para una nueva aventura antisistema y posiblemente autoritaria. Frente a ese desafío, las fuerzas republicanas siguen demasiado concentradas en Lima y con un liderazgo claramente debilitado. El gran reto de los próximos meses será reconstruir la coalición republicana y encontrar un líder capaz de llevar el relato liberal a más rincones del país.