Esta semana nos sorprendió el fallecimiento del gran artista mexicano Juan Gabriel. Y cito particularmente este caso, pues ocurrió justo en un momento de una altísima rotación musical del cantante llamado el ‘Divo de Juárez’. Se estrenó una teleserie sobre su vida, los cantantes hispanos más importantes hicieron álbumes de dúos con él este año, en Perú lo imitaban mucho en Yo Soy y él estaba en plena gira en EE.UU. con exitosos resultados. Es decir, pasaba por un gran momento. Esto contrastó con su repentina partida, que a todos nos rompió la lógica.
Una vez más, y de manera colectiva, las noticias que demuestran el caprichoso azar del destino nos invitan a filosofar. La muerte sigue siendo el misterio más grande para el hombre. Hay muchas preguntas simples sobre las cuales la humanidad aún no obtiene respuestas. Creo que, a más simpleza, mayor es la dificultad. Una de ellas en particular, que fascina e intriga, es la de querer saber si hay vida después de la vida. El asunto tiene, lógicamente, opiniones divididas. Esto por las inevitables diferencias teológicas o místicas. Cuando lo he conversado con familiares y amigos, siempre encuentro impresiones totalmente diferentes, sin importar lo cercano que sean entre ellos: mejores amigos, padres e hijos, esposos o hermanos. Puedo conversarlo con parejas que llevan años casadas y que no piensan igual.
Cuando trabajo con estas preguntas, por más que investigue y trate de obtener información ‘objetiva’ –como suelo hacer con las cosas que expongo–, siempre me quedo en el aire y debo pasar a la especulación. Existen muchas versiones, mayormente influenciadas por la doctrina espiritual de cada quien. La más compleja es que venimos a esta vida hasta llegar a ser seres supremos en conciencia, y que tenemos que pasar por muchas vidas para lograrlo. Pero cambiando al plano científico, pocos van a las fuentes comprobadas de cómo resultan ser aquellos quienes murieron clínicamente y revivieron.
Todos ellos cuentan sobre el encuentro y abducción con una luz sublime que los convence de que sí hay algo divino después del morir. Nuestro destacado neurobiólogo Edward Málaga –investigador y profesor en las universidades Cayetano Heredia y Konstanz, en Alemania– explica el clic de la muerte: “Uno muere cuando el cuerpo no es capaz de funcionar por sí mismo. La muerte natural llega luego de un proceso. Generalmente porque algún órgano falla e impide que el resto del cuerpo funcione como un todo. Las células dejan de recibir oxígeno y efectivamente reciben un mensaje o señal que desencadena el fin. Esto se llama apoptosis. Algo así como una parca molecular. Una persona con muerte cerebral puede seguir viva, pero solo su cuerpo lo estará para aquellos que la rodean”.
Cuando conocí al productor musical Manuel Garrido Lecca, yo tenía 15 años. Él fue a visitar a nuestra joven banda Arena Hash para hacerle una audición. Tiempo después ya éramos como una familia. Sacamos discos y el resto es historia. Pero desde el inicio me sorprendió su profundo vínculo con Dios. Él nos contó que de niño murió clínicamente –disculpa la indiscreción, Manuel– y experimentó ver desde arriba su cuerpo, equipos médicos, doctores y familiares alrededor de él, para luego empezar una irresistible fusión con una luz terrenalmente inexplicable. Yo le llamo Dios. Este relato coincidía tanto con mis creencias y suposiciones, que escribí la canción Me elevé, basándome completamente en esa experiencia de vida después de la vida. Aunque la palabra ‘vida’ no define exactamente lo que hay después. Según mi fe y testimonios reales, es una gratificante liberación debido al retorno hacia el estado espiritual puro.
Esta columna fue publicada el 3 de setiembre del 2016 en la revista Somos.