Estamos a pocos días de celebrar una fiesta muy importante en el mundo occidental, que merece ser vista con algo de atención.
En principio, se festeja la Navidad como la fecha de nacimiento de Jesús; y, en tanto que cristianos, nos congratulamos y agradecemos que Jesús se haya hecho hombre para salvar a la humanidad. Sin embargo, se trata de una fecha virtual, porque la fecha real no se conoce y no la podremos conocer. Ahora sabemos que Cristo no nació en el año 1, sino probablemente seis años antes; pero no tenemos manera de precisar el día. Y, de hecho, otros cristianos, como los ortodoxos, celebran la Navidad el 7 de enero. Dado que el ser humano tiende en muchos casos a adaptar su vida a la naturaleza, es posible que la razón de escoger el 25 de diciembre sea porque corresponde al solsticio de invierno (en el hemisferio norte); y al parecer, se la utiliza recién desde el año 221 d.C.
Los solsticios han atraído siempre la religiosidad de la población dentro de cada cultura. En el Perú prehispánico, los incas celebraban también el solsticio de invierno. Pero, como estamos en el hemisferio sur, este cambio solar se producía –en términos de nuestro calendario– en junio, la inversa del hemisferio norte. Esta era la fiesta del Inti Raymi, que correspondía al Sol niño. En cambio, siempre al revés del hemisferio norte, la fiesta del Cápac Inti Raymi o Gran Sol, se festejaba alrededor del 25 de diciembre, cuando ocurría el solsticio de verano.
Algunos han sostenido que el 25 de diciembre no pudo ser la fecha del nacimiento de Cristo porque los Evangelios dicen que los rebaños estaban al aire libre, lo que no parece compatible con el inicio del intenso frío del solsticio de invierno en el hemisferio norte.
No podemos olvidar que los romanos celebraban ese día el nacimiento del Sol por tratarse del día más corto del año; también esa fecha coincidía en Roma con el último día de las fiestas de Saturno. Todo ello nos lleva a pensar que es posible que la Iglesia Católica escogiera el 25 de diciembre para una festividad tan importante, para opacar las festividades paganas.
Estamos así ante una fecha no necesariamente histórica sino ceremonial, lo que es perfectamente válido. Pero, independientemente de si es o no la fecha exacta del nacimiento de Jesús, en los tiempos modernos esta celebración ha perdido parte de su religiosidad y se ha convertido ante todo en una fiesta de la familia. Las imágenes públicas en torno a la Navidad no representan a Jesús, sino fundamentalmente se trata de avisos comerciales dirigidos a la familia.
Esta es una consecuencia –en vía de compensación– de la Revolución Industrial del siglo XIX. Notemos que hasta entonces la familia era el centro de la vida de toda persona. Prácticamente, dentro de una sociedad agrícola, se vivía en un ambiente familiar, rodeado de parientes cercanos e incluso lejanos.
Con el desarrollo generalizado de la industria y del comercio, los hijos abandonan tempranamente sus hogares, ya sea por estudios o por trabajo en empresas de carácter internacional e interregional. La gente de ciertas provincias quiere pasar a otras provincias o a la capital del país para tener más posibilidades de mejorar su nivel de vida. Esto sucede en nuestro país y, en mayor grado aun, en los países más desarrollados, donde el hijo desde muy joven busca hacer su vida fuera de su casa y hasta fuera de su país. El mundo y la actividad de la gente se extienden más bien a escala universal, con lo que la familia se esparce y se debilita.
En defensa frente a ello, la Navidad se ha convertido cada vez más en una fiesta que reúne cuando menos una vez al año a la familia nuclear. Se habla poco del nacimiento de Jesús y más bien se pone el acento en el personaje inventado de Santa Claus o Papá Noel, vestido como si visitara el Ártico, que pasa ofreciendo regalos a todo el mundo.
Y es que la Revolución Industrial va acompañada de la revolución comercial. La fiesta actual de Navidad tiene la característica de que el cariño familiar se expresa materialmente mediante un regalo. Y es así como todo el mundo se lanza a las tiendas.
Este acento en lo material no es necesariamente negativo, pues aporta beneficios a la economía: donde hay exigencias del mercado, hay lógicamente mayor producción y mayor inversión; y a mayor producción e inversión, habrá lugar a mayor y mejor empleo.
Por tanto, la Navidad, en su aspecto más profano, termina siendo una inyección temporal de beneficio económico local.