"No soy nazi", por Milagros Leiva
"No soy nazi", por Milagros Leiva
Redacción EC

Milagros Leiva

Periodista

Sucedió hace quince años. Ella era una alumna triste. No solía reír cuando hacía bromas en clase, ni siquiera miraba la pizarra. Un día la llamé al final de clase, se acercó. Era tan delgada, tan frágil. “Mira –le dije–, yo no sé lo que te pasa, pero si algún día necesitas hablar con alguien puedes llamarme a este número”. “Gracias, profe”, me dijo y se alejó. A las dos semanas mi teléfono sonó.  Cada vez que recuerdo su relato siento un hueco en mi estómago. 

Su tío, el querido hermano de su padre, la había violado sistemáticamente desde que ella era una niña. La había tratado peor que un pedazo de carne. Cada vez que sus padres querían salir a una fiesta el tío soltero más generoso del mundo se ofrecía a cuidar a la sobrina. Ella lloraba en la puerta y les cortaba el paso a sus padres, pero estos solían creer que la niña pataleaba de pura engreída. No sabía cómo contar lo que hacían con su cuerpo. Desde que comenzó a violarla dejó de comer. “Me partió literalmente en dos y me siento un monstruo, tan poca cosa que casi no puedo caminar”. Eso me decía. Tenía anorexia y bulimia. Tenía la cadera desviada. Tenía vergüenza. 

Mi alumna lloró mucho ese día y yo lloré con ella. Su máximo temor había sido siempre quedar embarazada de su verdugo. Su pavor era anidar la maldad. Ella no tenía enamorado, ni siquiera pensaba en esa posibilidad. Se sentía sucia. 

Le pedí que me dejara ayudarla. Que si quería yo misma podía hablar con sus padres, que ella no tenía culpa de nada, que sucia era el alma de quien le penetró las entrañas, que ella solo era una joven asustada. “Cuéntale a tus padres, ellos te van abrazar”, le dije. Me juró que lo intentaría.

Días después, me contó que sus padres ya sabían todo, que la habían llevado a un famoso psicoterapeuta, que por supuesto habían querido matar al tío, pero que ella les había pedido que no volvieran a mencionarlo mientras viviera. Que borrarlo de su entorno le ayudaría. Me contó que la abrazaron mucho. Que lloraron sintiéndose culpables. Mi alumna bella hoy es una exitosa profesional y una tierna señora madre de familia. Cuando se enamoró de quien hoy es su esposo lo primero que hizo fue contarle su historia de abuso. Él también la abrazó. 

¿Las mujeres violadas deberían tener el derecho, la libertad de decidir si continúan o no con un embarazo producto de la crueldad y no del amor? Yo creo que sí. No juzgo. No soy nazi por pensar así como insinúa Cipriani. Yo le ruego a Dios que me proteja siempre, que cuide a mi madre, a mis hermanas, a mis sobrinas, a mis amigas, a todas las mujeres que conozco y no conozco de lo peor que nos puede pasar. Por eso me aterra la severidad con la que son juzgadas las mujeres abusadas, me parece que vuelven a ser violadas. Me asusta la falta de solidaridad.