Dicen que somos nostálgicos. Pues parece que a muchos analistas les ha dado saudade por el Congreso disuelto. Señalan que la estrategia de Martín Vizcarra no funcionó porque estamos peor e, inclusive, un columnista evoca (no sé a quién) para que nos “libre” del Congreso actual, mientras que otro afirma que este Legislativo es “más peligroso” que el anterior. Al leer sus opiniones solo me queda pensar en una de dos cosas: la memoria es frágil o sufren de visión de túnel.
Pues, a decir verdad, yo no extraño a Rosa Bartra, Héctor Becerril, Karina Beteta o Luis Galarreta. Siento enorme tranquilidad al no escuchar las chifladuras maliciosas de Yeni Vilcatoma. Ya no tengo que soportar la verbosidad inane de Mauricio Mulder, las poses de macho de Carlos Tubino, de hacendado de Pedro Olaechea, o las divagaciones de Víctor Andrés García Belaunde. Ni observar cómo se celebraban las cochinadas de Moisés Mamani (¡zas!). ¡Qué bueno que hayan echado del hemiciclo a los farisaicos Tamar Arimborgo y Julio Rosas, que hacen de la religión un negocio mientras mantienen a miles sumidos en la superstición!
Todo esto es anecdótico. Impresentables hay hasta en las mejores familias. Ese no es el punto. La anterior era una mayoría que hacía alarde de lo más execrable de nuestro sistema político. Lo hacía desde la prepotencia, impunidad y blindaje que les daba un poder inmerecido (¡solo habían recibido el 23% de los votos emitidos!).
No hay forma de que pueda añorar a un Congreso que no estuvo a la altura del momento histórico que vivíamos. En el 2016 nos enfrentábamos a varias situaciones críticas –productividad estancada, informalidad, pésimos servicios– para las que se necesitaba forjar una agenda común de desarrollo. No obstante, la mayoría usó el Legislativo para la venganza y debilitó lo poco que teníamos.
¡Cómo voy a echar de menos el blindaje, tan abierto y asqueroso! La protección a los corruptos fue de tal desparpajo que logró vencer la apatía política de un pueblo. Nos convertimos en un país que volvió a creer en sus instituciones, principalmente en la fiscalía. Sin embargo, mientras se impedía que Pedro Chávarry destituyera a los fiscales especiales del equipo Lava Jato, la mayoría congresal lo siguió protegiendo para poder cubrir sus propias vilezas.
Tampoco puedo extrañar a un Parlamento que se dedicó a bombardear los avances en políticas sociales imponiendo una agenda reaccionaria a espaldas de lo apoyado por la mayoría de peruanos. El Congreso disuelto, por ejemplo, entregó el tema de la educación a fanáticos religiosos y a los mercaderes promotores de colegios y universidades chatarra.
Y podría seguir, pero no es necesario. Todo lo dicho es conocidísimo. El hecho es que, por el bien del Perú, el Congreso anterior no podía seguir funcionando. Y hubiera seguido, pero su propia arrogancia lo llevó a que fuera cerrado constitucionalmente.
El actual Congreso tiene muchas falencias, como han expuesto innumerables expertos: inexperiencia, atomización, revanchismos infantiles, propuestas sin sustento, etc. Pero todo esto está lejos de compararse con lo que sufrimos anteriormente. Entonces, ¿por qué tanto reniegan sobre la disolución? Bueno, es que nuestro liberalismo sufre de visión de túnel. Su única consigna es “no toquen el modelo” y juzga a los poderes del Estado solo sobre esta compulsión. ¿Qué importa la corrupción, el destrozo de la institucionalidad, la mediocridad, con tal de que la iniciativa privada florezca?
Y ahí está el pecado del actual Congreso: lo acusan de populista. La disposición de los fondos de las AFP, los peajes, la moratoria de deudas, el impuesto solidario, son algunas de las principales medidas que les preocupan. Bueno, les voy a dar un consejo. La mayoría de los congresos desde 1990 no han sido populistas sino ‘pluto-listas’, han creado casi siempre condiciones muy favorables para el capital y no para el trabajador. La democracia, sin embargo, es contenciosa. Cuando se quiso explotar a los jóvenes dizque para formarlos laboralmente, salieron a la calle y lograron derogar la ‘ley pulpín’.
Así funciona el sistema, siempre respetando el marco democrático. Sugiero que sus huestes salgan a la calle a defender la comisión de las AFP, las tasas de interés leoninas, los peajes concesionados a empresas corruptas y otras maravillas de un extraño ‘libre’ mercado que funciona con legalismos concesionarios.