Lima a comienzo de los años setenta tenía un aire provinciano, de quietud espacial. Nada se movía, nada sonaba, nada se construía. Eran los comienzos de mi conciencia, la era de guardar recuerdos en una Lima que lleva esa memoria del barrio que también se guarda teñida y corrompida por la visión idílica de la infancia. Todos tenemos recuerdos no de una Lima, sino de varias Limas, de distintas épocas, distintos escenarios, distantes a todos los males que hoy vemos en nuestra ciudad. Es la nostalgia de una Lima ida en el tiempo, pero presente en nuestros recuerdos.
La palabra ‘nostalgia’, usada en todos los idiomas, tiene una raíz griega y fue acuñada en el siglo XVII. Viene de ‘nostos’, regreso y ‘algos’, dolor. Algo así como el dolor del regreso o el dolor de no poder regresar. Ante los cambios de una Lima que crece y se va convirtiendo en una urbe gigantesca y los contactos interpersonales que son cada vez más rápidos, más frecuentes y con mayor número de personas, nos duele la pérdida de una Lima que vive en nuestros recuerdos y a la que no podremos regresar.
No es un sentimiento nuevo, la mayor parte de la literatura sobre Lima es literatura nostálgica en mayor o menor medida, ya sea deliberadamente o no. En Ricardo Palma está la añoranza por la arcadia colonial (una nostalgia de épocas no vividas pero sí contadas), en Gálvez se hace patente la Lima que se va, una Lima finisecular que ya estaba desapareciendo en la década de los años veinte. En 1890 ya existía nostalgia por un pasado ido en el libro “Lima antigua”, de Carlos Prince (¡si para nosotros la Lima antigua es la de 1890!). Hay hasta los de un pasado más reciente como el de Tomás Unger, “Crónicas miraflorinas”, que aunque no lo hemos vivido se nos hace más cercano y tangible. Nostalgias sobre nostalgias.
Hasta hace un tiempo pensaba que la nostalgia era un sentimiento negativo que se regodeaba no solo en el pasado, sino, lo que es peor, en la imagen idílica de este, un sentimiento que por el mismo dolor de no poder regresar a lo que ya pasó ve con desasosiego el futuro, lo relativiza y se adhiere a la espantosa frase “Todo tiempo pasado fue mejor”.
La nostalgia es el quedarse en un sitio, una detención del alma y la voluntad. Sigo pensando igual, pero con el añadido de que ese sentimiento puede proyectarse positivamente a lo que queremos para nuestra Lima del futuro, aquella que debemos construir todos. ¿Qué valores, qué imagen del pasado, qué tradiciones, qué patrimonio queremos recuperar o mantener? ¿Qué características de nuestro pasado, que por ser parte de nuestro ser, queremos que se traduzcan en nuestro futuro?
El patrimonio es un ejemplo de esa nostalgia que se traduce en futuro, que se adecúa a los retos de una ciudad moderna sin perder identidad. ¡Si tan solo decidiéramos por política que la recuperación patrimonial sea un asunto de interés nacional! La nostalgia sería entonces la de una Lima que se viene y no la de una que se fue.