En una hermosa metáfora que parece recordarnos que es mejor colaborar que competir, en el libro del Eclesiastés se menciona que tres lazos trenzados para formar una sola soga son difíciles de romper. No es la primera vez ni la última en que los nudos han servido de inspiración. Siete siglos después, en su obra “Metafísica”, Aristóteles sugiere que antes de estudiar un tema hay que ser conscientes de las dificultades que lo rodean, usando la frase “es imposible desatar un nudo si no se sabe la manera en que fue hecho”. Poco tiempo después, el discípulo directo más famoso de Aristóteles, Alejandro Magno, llegaría al reino de Frigia, en la actual Turquía, donde yacía un nudo profético que otorgaría el poder local a quien lo desatara. Sin la paciencia de su maestro, Alejandro intentó desatarlo para, finalmente, cortarlo con su espada. Desde entonces, la metáfora de cortar el nudo gordiano representa el solucionar un problema de manera práctica y rápida.
Mientras el Eclesiastés era escrito, nuestro territorio vivía el horizonte temprano, donde los nudos formaban parte de los tejidos y las sogas que amarraban las vasijas con alegorías de jaguar sostenían las puntas de piedra en las lanzas. Es posible que durante los tiempos de Aristóteles y Alejandro Magno, el territorio que hoy es el Perú haya sido testigo de la manufactura de mantos sagrados hechos por personas a las que les tomaba toda una vida tejerlos y ya se confeccionaban los hermosos puentes colgantes para atravesar los ríos andinos, cuya seguridad residía en fantásticos nudos.
Pero en nuestro Perú prehispánico los nudos fueron mucho más que una forma de unión material. Constituyeron parte de un sistema de conteo, de memoria y de información; es decir, se convirtieron en símbolos, a partir de un código complejo llamado ‘quipu’. El padre José de Acosta, cronista jesuita, fue testigo del uso de los ‘quipus’ y escribió deslumbrado: “Es increíble lo que en este modo alcanzaron, porque cuanto los libros pueden decir de historias, leyes, ceremonias y cuentas de negocios, todo eso suplen los ‘quipus’ tan puntualmente, que admiran”.
Si bien no conocemos el código que descifra a los quipus, sí podemos continuar la rica tradición de ver en ellos un símbolo que integra. Esto nos lo recordó el decano de Estudios Generales Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), Julio del Valle, quien, como filósofo, es admirador de Aristóteles y de su perspectiva de la búsqueda de la felicidad como un proceso y un camino para todos. El decano movió a un maravilloso equipo para formar un quipu enorme que era construido en proceso por las alumnas y alumnos, el personal administrativo, de cuidado y profesores. Quien visite el entrañable patio de Estudios Generales Letras en la PUCP verá que sobre él se alza un multicolor quipu que baila con el viento. Una manera de representar la reunión que significa haber podido, al fin, reunirnos todos fuera de la cuarentena. Es increíble la capacidad de simbolización que tenemos los humanos porque el quipu nos unía bajo un nuevo significado, como el decano lo afirmó, “un espacio de reencuentro”, especialmente ahora que estamos nuevamente reunidos luego de una devastadora pandemia.
Ver tantas manos creando juntos algo hermoso me hizo pensar en la falta de lugares públicos en nuestra ciudad, la falta de espacios de encuentro donde podamos estar sin miedo, interactuando, conversando, paseando, no compitiendo ni amenazándonos. Nuestras ciudades se están convirtiendo en espacios enrejados y en calles llenas de inseguridad, donde hay pocos espacios para el encuentro y el disfrute colectivo. Nos faltan rituales de integración que no se limiten a ser desfiles militares.
En una ocasión como parte de una actividad, Giancarlo León, director artístico del proyecto, nos invitó como salón a transformar sogas en nudos, era una experiencia nueva para los cachimbos y para mí. Me encantó ver a las chicas y chicos jugar con sus manos, establecerse en grupos y anudar verdaderas obras de arte. Era, tal vez, como evocó el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson:
“Divinos nudos nacidos
Entre dos manos
Unidas
Nudos que no dicen nada
Y nudos que todo lo dicen”.
Veía fluir una suerte de vínculo entre todos y pensaba que estos nudos, como toda actividad de unión presencial, eran las verdaderas redes sociales (y no las otras) que nos vinculaban luego de haber estado mediados tanto tiempo por pantallas que muchas veces solo nos dan sombras.
Durante la actividad, Diana, una querida alumna cuyo desafío visual no le impide absolutamente nada, me contó que había sido ‘girl scout’ y había aprendido a hacer muchos tipos de nudos, que hacía con una sonrisa de satisfacción. Transcribo, con el permiso de Diana, el testimonio que dio cuando se le preguntó por cómo sentía la aventura de anudar:
“Me parece superbonito, porque creo que en la pandemia todos hemos perdido algo, o tal vez no a una persona, pero perdimos nuestra libertad cuando estuvimos en cuarentena. Y ahora podemos hacer estos nudos y recordar por qué hemos sobrevivido”.