El racismo es un prejuicio y consiste en la errónea creencia de que una raza es superior a otras.
El racista odia al que tiene un color de piel diferente al suyo porque no puede aceptar que ese, al que considera diferente, sea igual a él. Si es diferente debe ser inferior y si es inferior tiene que estar sometido a su voluntad. Por eso el racismo es una forma de dominación. En realidad todo grupo dominante considera que el grupo subordinado es inferior.
Nancy Pelosi, titular demócrata de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, al referirse a las estatuas de los generales confederados en la Guerra de Secesión, sostuvo que deben ser retiradas porque “hacen homenaje al odio”. Tiene razón.
Sobre el rol que cumplió y cumple el racismo para justificar la dominación, Aníbal Quijano, uno de los pensadores sociales peruanos más lúcidos, escribió en su obra “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”: “En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista”.
Quijano se refiere a la conquista española y al poder profundamente desigual y excluyente que se impuso, primero en sus colonias y después en sus dos grandes virreinatos del Perú y México. La desigualdad estaba conscientemente pensada y estructurada según el color de la piel, no como ahora que se mide de acuerdo a los ingresos y a otros criterios tanto económicos, como sociales, políticos y éticos. Quijano dice que en América, el racismo y la discriminación hacia los africanos que fueron traídos para humillarlos y maltratarlos como esclavos, se dio a lo largo y ancho del continente. Como sucedió también con las etnias autóctonas, que los españoles llamaron indios porque creyeron que habían llegado a la India. Ni siquiera Canadá, ahora el país social y humanamente más avanzado de América, se libró de esta tara que lleva siglos en la historia.
La extraordinaria serie “Raíces”, a través de la vida de un personaje llamado Kunta Kinte, nos muestra cómo trajeron y cómo sufrieron la esclavitud los llegados de África y sus descendientes en las trece colonias. Ellas comenzaron a poblarse de africanos partir de 1619, cuando un barco holandés importó “20 nigers” para su venta en Jamestown. Para 1760, en las colonias al norte de Maryland había 87.000 afrodescendientes, en una población de 878.000 colonos y en las colonias meridionales había 290.000 para una población de 718.000, según informa el constitucionalista Arthur Sutherland en su obra “De la Carta Magna a la Constitución Norteamericana”. Agrega que “la secuela de aquella esclavitud está dando hoy no pocos dolores de cabeza a los descendientes de los amos que la crearon”.
Esos que la crearon fueron unos blancos dominadores que creyeron en la estupidez de que su raza era superior a las otras. Por eso aparecen policías racistas como Derek Chauvin, que llegan a matar a ciudadanos afroamericanos. Se sabe que no es el único caso. Algunos supremacistas quisieran extirpar a los afroamericanos de la nación del norte como lo hicieron con los indios. Lamentablemente el racismo, como una pandemia, se ha extendido peligrosamente por el mundo en los últimos años. En los estadios, en los restaurantes, en las discotecas y en los clubes sociales. El Perú también sufre esta situación, que en nuestro caso no es de ahora, por cierto.
Pero a pesar de todo, a pesar de que hay racismo, hay quienes se rebelan y se indignan ante esta maldad y seguirán luchando hasta extirpar esta mala herencia de la humanidad que todavía anida “en el colectivo de los mediocres”, como decía el filósofo francés Jean Paul Sartre.