Escuchar las palabras pronunciadas en un funeral emociona profundamente, más aun si quien homenajea sabe identificar la huella indeleble del que partió. Un ejemplo concreto es el elogio del historiador Pablo Macera a Raúl Porras Barrenechea, hace ya 70 años. Sin “otra autorización que la gratitud y el cariño”, Macera subrayó el “fervor indesmayable” de su maestro por descubrir las raíces más hondas y profundas de la nación, aquellas que “la codicia del poder” no lograron contaminar. Porras fue canciller de la República y presidente del Senado, pero, por sobre todo, un “peregrino del Perú”. Tierra de contrastes y síntesis, “asilo del dolor”, como bien lo llamó, en el que la historia asomaba como “una hazaña para defender los signos divisionistas” que desde siempre la agobiaron.
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