Ando buscando en mi biblioteca un pedazo del Muro de Berlín que traje en 1990. Es una de las piezas más valiosas que tengo. No es oro, no es plata. Es piedra. Pero una piedra de extraordinario significado histórico. Las cosas, al igual que las personas, no solo valen porque brillan. Estas valen solo por el hecho de serlo; lo otro viene por añadidura. En cuanto a la piedra, al menos para mí, no tiene precio: simboliza la caída del totalitarismo. Ese año había viajado invitado por la Fundación Naumann a un seminario sobre política que se desarrolló en Sintra, hermosa ciudad portuguesa cerca de Lisboa. Tuve que viajar a Alemania con escala en Fráncfort y luego a la capital de Portugal. El retorno era obligado desde Alemania al Perú. Por aquella época era el segundo de nuestra embajada, que todavía estaba en Bonn, mi gran amigo Mario Vélez, quien, con su querida esposa Pilar, me invitaron a mí y a mi esposa a pasar unos días en su casa. No conocía Berlín. El muro había caído el año anterior, de allí que decidimos viajar por tren a la capital alemana.
Una particularidad de los trenes alemanes es que tienen nombres, y este se llamaba Westphalen, el apellido de mi esposa. Este viene de la región de Westphalia, lugar en donde se firmó el famoso tratado de paz en 1648, probablemente el inicio más remoto del intento por construir una Europa unida y del Estado moderno.
Me alojé en el hotel Unter den Linden, situado en la parte oriental. Cerca del hotel está la calle Friedrichstraße. Ahí tomábamos el metro para ir al sector occidental. Se podía ver la extraordinaria y magnífica puerta de Brandeburgo, y como muchas personas que viajaban a Alemania, fuimos a ver el lugar donde estuvo el muro. Todavía había escombros, así que recogí un pequeño pedazo de ese muro que ahora busco con desesperación y que espero encontrar en mi biblioteca.
Tener ese pedazo en la mano me da la sensación de sostener algo de esa historia reciente, la cual el mundo acaba de celebrar, porque hace 25 años este muro del oprobio fue derrumbado por los alemanes para lograr su ansiada unidad.
La división de Berlín fue producto de la Segunda Guerra Mundial. El muro era un símbolo de la Guerra Fría, de la pugna de dos modelos de vida, la cual que concluyó cuando en la Unión Soviética se produjo la Perestroika y la Glasnost, hábilmente conducidos por Mijaíl Gorbachov, quien, junto a Lech Walesa, fueron ovacionados por los berlineses y otros alemanes durante las celebraciones.
Sabemos cómo empieza una guerra, pero no cuándo terminará. Por lo general, estas son el producto de la ambición de los líderes, de la desesperación de los pueblos. Hay muerte, desolación y destrucción masiva. Es, al mismo tiempo, la expresión de lo más grande, el heroísmo, y de lo más bajo, como los campos de concentración y el intento de exterminar a los judíos.
Es bueno que se recuerden estos hechos, aunque no nos guste, para que no se vuelvan a repetir, aunque a veces aflore la bestia escondida en lo más recóndito de nuestro ser y empecemos a destruirnos con todo el sufrimiento que esto significa.
Con anterioridad, en las décadas de 1950 y 1960, se produjeron dos intentos de liberación contra la dominación soviética y el Estado totalitario, el de Hungría y luego la antigua Checoslovaquia, que fueron aplastados por el poderoso Ejército Rojo. Un indicador de que las luchas de liberación son para alcanzar la libertad, porque “no solo de pan vive el hombre”. No importa que mejore tu condición de vida, que la educación y la salud sean gratuitos, que el transporte sea barato. Uno puede tener todo eso, pero si no tienes libertad para decidir tu destino y el destino de tu sociedad, todo eso que te da el Estado como un “ogro filantrópico”, como decía Octavio Paz, no vale nada.
Cayó el Estado totalitario en Europa, el intento de igualarnos a todos por la fuerza. Porque la mejor forma de alcanzar la igualdad es afirmando nuestra libertad y la libertad de todos.
Como dice el poeta Manuel Scorza, en su obra “Epístola a los poetas que vendrán”: “Mientras alguien padezca, la rosa no podrá ser bella”. Y yo seguiré angustiado buscando mi pedazo del Muro de Berlín.