En el 2021 pasaron a la segunda vuelta dos proyectos políticos que, al margen de sus diferencias –y de las contrapuestas simpatías que aún puedan despertar–, han demostrado ser estériles en la misma medida. Esto, tanto para consolidar la institucionalidad de la vida pública como para reformar democráticamente el Estado con el fin de garantizar derechos, seguridad y eficiencia. Igualmente inútiles se han mostrado para superar la precariedad del desarrollo económico y la perniciosa tendencia a confrontar Estado y mercado, así como para vencer la desidia ante la necesidad de inclusión social, carencia expresada en la mala situación de los servicios básicos, sobre todo de salud y educación.
Estos proyectos, liderados uno por Pedro Castillo y el otro por Keiko Fujimori, se presentaron como contrapuestos y hasta polares: “democracia versus comunismo”. No obstante, en la práctica no resultaron ni medianamente así. Es más, como metáfora, ambos se ven personificados en el caos del transporte y el incremento de la inseguridad.
Pedro Castillo fue una nulidad como presidente y, hasta antes de intentar su golpe de Estado, solo avanzó en la destrucción de lo poco avanzado, como la carrera magisterial, además de cuestionar la meritocracia en la administración pública. Por último, el partido que lo llevó a la victoria se alió con el fujimorismo y otros partidos de extrema derecha.
Fuerza Popular, el partido de Keiko Fujimori, lidera el Congreso y ese poder ha desmontado el Estado democrático y quebrado la independencia de otros poderes constitucionales. Esta organización ha convertido al Parlamento –llamado ahora el “primer poder de Estado”– en el centro de la conducción política del gobierno. Asimismo, ha aprobado normas que debilitan la seguridad pública y benefician la criminalidad organizada; todo esto, en contra de un discurso supuestamente favorable al orden.
No es seguro que el 2026 traiga esperanzas y, sobre todo, candidaturas que representen la voluntad de convocar al país en torno de un proyecto de reforma que sepa unificar democracia, eficiencia e inclusión.
Pero ya las cosas no pueden continuar como están. Urge proponer una nueva manera de plantear la integración y el desarrollo nacional en democracia: formalidad e informalidad, Lima y regiones, Estado y mercado, materias primas y diversificación productiva, trabajadores y empresarios. La reforma es el camino que debe escogerse, pero, más que una larga “lista de lavandería” como programa de Gobierno, hace falta escuchar ideas sobre qué se quiere ayudar a construir como futuro.