En una fría noche de agosto, una pareja conversa:
– Estoy furioso y me siento impotente porque nuestra hija vaya a pasar años en la cárcel por culpa de la fiscalía corrupta.
– Igual yo, Pedro. Eres presidente y no puedes hacer nada.
– Trato, Lilia, trato.
– No respetan nuestra investidura, Pedro, quieren impedirme salir del país.
– Bueno, Lilia, yo estoy en las mismas. Los desgraciados del Congreso me quieren de rehén, seguro ya nunca me darán permiso.
– Pedro, si siguen así van a meter presos a todos nuestros parientes y amigos. Ya están investigando a Fermín y a Alejandro, a quienes les debemos tanto.
– Y no será fácil ayudarlos. A Fray sí pudimos y está tranquilo, pero mira lo inquieto que está Juan.
– Cierto, Pedro. Y su abogado dice que, si hablara, tú no durarías mucho en el cargo.
– Después de que Bruno y Zamir nos traicionaron, ya no confío. ¿Qué pasa si lo agarran a Juan y hace lo mismo?
– Tienes razón, Pedro. Hasta ahora no me recupero de lo que nos han hecho esos muchachitos y siendo nuestros paisanos. Pensar que los recibimos en la residencia como si fueran familia.
– Me preocupa también José. ¿Crees que soportará la prisión sabiendo que se le viene una condena de 20 años? ¡Se puede quebrar!
– Puede ser, no es de fierro. Estoy harto, hasta con mis edecanes se han metido. Ellos están muy nerviosos de lo que les pueda pasar.
– ¿Y tú, qué haces para impedirlo?
– No seas injusta, Lilia, acuérdate de que saqué en una al procurador que me quiso acusar y su reemplazo es garantía.
– Para lo que ha servido.
– También estoy trabajando en lo de Colchado, el insolente que quiso llevarse a nuestra hija. Ya he pedido que le den de baja. Hasta he sacado de nuevo al comando para asegurarme con un inspector chotano.
– ¿Será suficiente? Tú tienes seis investigaciones y a mí me han metido en dos.
– Es verdad. No hay día en que la fiscalía no me esté molestando. Están en un complot con los jueces, los medios mermeleros y el Congreso.
– ¿Y vas a dejar que se salgan con la suya?
– No, Colchado tiene que salir. Y también las fiscales esas. Me están preparando una campaña bien firme que las va a golpear duro.
– Te he escuchado decir que piden, pagan y fabrican colaboradores eficaces. ¿Es verdad?
– No, que yo sepa. Pero Aníbal me ha dicho que hay que repetirlo y repetirlo, como hacían para Adolf Hitler.
– Todo tranquilo, según tú.
– No, no, me preocupa el Congreso, pero no porque me puedan vacar. Apostar por los niños fue una buenísima idea.
– Jajajaja, fue un golazo.
– Sí pues, pero se van a tumbar a Geiner y tú sabes lo útil que es. Y por ahí también al del Interior.
– A propósito, ese cómo se llama…
– Ay, mujer, tú me conoces, no soy bueno con los nombres y este es el séptimo; ni idea de cómo se llama y eso que este es el que más leal me ha sido. Pero igual consigo otro.
– Volviendo a lo nuestro, yo sigo muy preocupada, esta gente quiere que todos terminemos en la cárcel.
– Totalmente de acuerdo. Esto no viene fácil.
– Pero la gente te apoya, mira que ahora tienes casi el 30% y los del Congreso un 8%, nadie los quiere. No será ya hora, Pedro…
– ¿De qué?
– No te hagas…
– ¿De disolverlo y convocar una asamblea constituyente? Tú sabes que ganas no me faltan.
– ¿Nadie los va a defender?
– Podría decir que lo hago en nombre de la verdadera democracia y contra la conspiración de los que me acusan de corrupción para sacar al presidente legítimo.
– ¡Suena bien! ¿Se podrá? No sé mucho de política, pero dicen que depende de si los militares y los policías están contigo.
– Mira, creo que a la policía ya la tengo controlada. Me preocupan los militares. Por eso he puesto a un ministro que me inspira más confianza.
– ¿Cómo se llama?
– No sé, pero era militante hace poquito de UPP, esos que llevaron al Congreso a la gente de Antauro.
– ¿Serán garantía suficiente?
– No lo sé, pero para Vladimir ya no me queda otra y el pueblo me apoyará. No puedo continuar solo con discursos. Mira nomás lo que me pasó en Tacna.
– ¿Lo vas a hacer o no?
– Puuufff, a ratos pienso que la única salida es dejarse de ‘pelotudeces democráticas’, como dice Guillermo.
– Entonces, ¿ya decidiste?
– No. ¡Qué duda! Ese sería un todo o nada.
– Tú siempre tan indeciso. Se te va a pasar el tiempo de cosechar y ahí sí nos fregamos.
– Mejor vamos a dormir, Lilia, mañana lo pensamos bien.
* Dejé volar mi imaginación. Todo parecido con la realidad sería una casualidad.