Carmen McEvoy

La fue definida como un simulacro por varios escritores, entre ellos, Mariano José de Arce, testigo de excepción de su nacimiento en medio de una guerra peleada en múltiples frentes. Desde la primera década que sucedió a la independencia, con cinco golpes de Estado dirigidos a desplazar a la maquinaria política previa con la finalidad de hacerse del botín estatal, la noción del bien común fue desplazada.

Este concepto, que constituye una pieza clave del republicanismo decimonónico, perdió su significado entre los centenares de militares y civiles que buscaban un “destino” en el recién inaugurado Estado Peruano. En ese contexto, resulta interesante mencionar la preocupación del general chileno Francisco Antonio Pinto, quien viajó al otrora virreinato para colaborar en su proceso emancipatorio. En la solicitud para regresar inmediatamente a Santiago, que Pinto envió a su gobierno, señaló que su mayor preocupación era que la permanente insubordinación y revuelta peruana se expandieran entre la tropa bajo su mando. Y no estaba exagerando si se tiene en consideración la cultura conspiracional que de facto autorizaba a que cabos y sargentos, con la esperanza de una rápida movilidad social, se vieran involucrados e incluso tomaran la iniciativa en el derrocamiento del gobierno de turno. A 200 años de la Batalla de Ayacucho, cabe recordar que mientras centenares de combatientes anónimos se preparaban para entregar sus vidas en la Pampa de la Quinua, la intriga, la traición y la ambición desenfrenada ya habían sentado sus reales en la cultura política peruana.

Ciertamente, nuestro principal dilema histórico, hasta la fecha irresuelto, tiene que ver con una lucha brutal por el poder, que impide el surgimiento de instituciones con la suficiente fuerza para liberar a la república de la incertidumbre y de su eterna socia, la rapacidad extrema.

Lo fortuito ha dominado nuestro desventurado devenir histórico, convirtiéndolo en una suerte de tragicomedia en la que, por ejemplo, el presidente Justo Figuerola solicitó a su hija que lanzara la banda presidencial por la ventana y, ante tremendo vacío de poder –que aún persiste–, un par de delincuentes que pasaban por Palacio de Gobierno se animaran a sentarse, al menos por unos momentos, en el sillón presidencial. El concepto de un “régimen de autenticidad”, capaz de enraizarse en una legitimidad consistente que proyecte al Perú en el mediano y largo plazo –a través de los llamados planes de contingencia–, simplemente no existe.

Y, por ello, vivimos expuestos a lo fortuito, como lo reconoció hace poco un cínico funcionario agobiado por su propia ineptitud. Durante esta semana, nuestra “república fortuita” amaneció con un aeropuerto internacional sin luces; un mar de Grau contaminado por depredadores anónimos sin que se le explique a la ciudadanía un plan para limpiarlo; una presidenta, con las botas puestas, inaugurando un colegio rodeada de una guardia pretoriana para “protegerla” y un Congreso en plan desmantelamiento institucional acelerado.

Coincidentemente en esta semana nefasta para el Perú, en la que se desbarrancaron unos cuantos ómnibus más, el sicariato exhibió su dominio absoluto en las calles y nos enteramos de que 500 niños fueron abusados por sus maestros en la Amazonía, se celebraron el aniversario del fallecimiento de Franz Kafka y el Día de la Bandera. En ese contexto, la primera presidenta mujer del Perú y excandidata de Perú Libre (tremenda paradoja kafkiana) afirmó muy suelta de huesos que su gobierno sigue el legado del héroe de Arica, Francisco Bolognesi. Es decir, la misma persona que para sobrevivir negocia con un conglomerado de intereses que destruyen la educación, nuestros recursos naturales y, lo que es más grave, nuestra institucionalidad, se percibe heredera de un patriota que consideró que su deber era ofrecer su vida por el honor y la gloria del Perú.

Me pregunto qué le diría Kafka a la presidenta Boluarte, aparte de recomendarle que despida al sujeto que le escribe esos discursos tan patéticamente absurdos e indignantes. Es “tocando fondo, aunque sea en la amargura y en la degradación”, señaló alguna vez el notable escritor y humanista español José Luis Sampedro, cuando los seres humanos empiezan a descubrirse y “a pisar firme”. En medio de esta degradación brutal –que es política, pero esencialmente moral–, empecemos desde la sociedad civil a imaginar un mundo con otros referentes, entre ellos la Ética (con mayúscula), la verdad, la lealtad, la justicia y la solidaridad.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es historiadora

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