En 1998, el Senado de Estados Unidos aprobó por unanimidad que no ratificaría el Protocolo de Kioto sobre la reducción de emisiones que afectan el planeta. Y para que no haya dudas, en los siguientes 10 años aumentó en 10% sus emisiones de carbono.
La sobreexplotación del planeta es una nueva forma de dominación de las potencias más grandes sobre los países emergentes. EE.UU, Canadá, China y Rusia producen más del 60% de la contaminación de la tierra y no existen sanciones efectivas más allá de las morales, revelando que hay un modelo de civilización que está en crisis.
Ese modelo es el que evita mencionar que la desigualdad que subyace al mismo es la generadora de las crisis ambientales. Se menciona cuánto CO2 produce la deforestación en los países pobres, pero nada de la situación de más de 2 mil millones de personas que viven sin agua y saneamiento. El consumo desenfrenado y el hambre se dan la mano en la depredación del planeta.
Para Bjorn Lomborg, ecologista danés, la pobreza es de lejos el mayor problema ambiental. Por lo cual, el crecimiento económico y la mejor distribución de sus beneficios serían el más efectivo antídoto.
Las conferencias mundiales tienen seguidores y detractores. Pueden ser un espacio de conciencia crítica y también servir para rasgarse las vestiduras. Lo real es que hasta ahora, los acuerdos de las COP, en sus 20 años de vida, han sido un saludo a la bandera. Pero también lo cierto es que son el único espacio masivo para ir sembrando opinión.
Este 1 de enero en el Perú, asumen 1.800 gobiernos municipales y regionales. ¿No sería una excelente ocasión para elaborar una agenda ambiental común para gobiernos, sociedad civil y sector privado? Pero que vaya más allá de las simples posturas antimineras. Más bien romper esa falsa disyuntiva entre ambiente y desarrollo.
Para eso se requieren propuestas, proyectos y liderazgos proactivos. El exitoso ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg señalaba que la inversión en infraestructura baja en carbono es una de las mejores maneras de reducir el calentamiento global, tomando en cuenta que las ciudades son las más grandes contaminadoras.
Esto implica pensar en soluciones de movilidad urbana, energía renovable, tratamiento de desechos, provisión de agua, que no son inmediatas, pero deben empezar hoy. ¿Cómo vamos en Lima? ¿Cuánto puede importarle el cambio climático a los más de 8 millones de peruanos que no tienen agua, incluidos un millón de limeños?
Una encuesta de Datum, mencionada en el diario “Gestión” el 9 de diciembre pasado, advierte de un peligroso desinterés en el tema ambiental en el ciudadano de a pie. Porque no percibe cómo su calidad de vida está ligada a la conservación de la naturaleza y sí percibe que los recursos del planeta son un negocio para el más fuerte.
Hay acciones heroicas de movimientos jóvenes que la clase política desdeña. Promover la toma de conciencia es la condición para señalar un nuevo camino. Porque la verdad es que estamos dejando a nuestros hijos un mundo peor que el que recibimos.