Javier Díaz-Albertini

Así comienza el clásico son cubano del trío Matamoros que preguntaba de dónde eran los cantantes. En el caso de nuestros políticos y empresarios, estos también se preguntan desconcertados “¿de dónde son los pobres?”, pese a que en un país como el nuestro no hay indicador más relevante con respecto a la calidad de la gestión gubernamental que el nivel de pobreza. Esto es así porque la tasa de refleja la situación de empleo, ingresos, alimentación, salud y calidad de los servicios estatales dirigidos a mejorar las condiciones de vida de los compatriotas con menores recursos.

También es un termómetro político porque nos dice cuánta de la acción gubernamental ha estado destinada a los que menos tienen. Y es además un indicador que la población entiende porque lo vive en carne propia; es un dato que le dice más al ciudadano común y corriente que la tasa de inflación o inversión, conceptos bastante abstractos para el ciudadano de a pie.

A pesar de ello, resulta que nadie asume responsabilidad por el aumento de la pobreza. Una vez que salieron las cifras del 2023 mostrando un aumento, las principales autoridades políticas se lavaron las manos y buscaron toda una serie de explicaciones coyunturales, a pesar de ser un problema claramente estructural. Congresistas, representantes del Gobierno y especialistas, cual coro griego, nos dijeron que los culpables eran la inflación internacional, el ciclón Yaku y las manifestaciones políticas de inicios del 2023. Todas explicaciones curiosas cuando vemos que el índice del 2022 (27,5%) fue más alto que el del 2021 (25,9%); es decir, cuando no habían ocurrido ninguna de las “causas” mencionadas. La pobreza nace de nuestras estructuras sociales y excluyentes y desigualitarias. De un sistema económico moderno que solo acoge a menos de una quinta parte de la población, mientras que el resto genera empleo con un nivel bajísimo de productividad que deprime los ingresos y la generación de trabajo digno.

Los pobres vienen de la precariedad y de la consecuente ausencia de redes de seguridad que los protejan de los problemas coyunturales. Solo se vuelven visibles a la clase política cuando el INEI publica sus resultados. Pero, digamos, aún en su mejor momento los pobres eran el 20% y ahora son casi 10 puntos porcentuales más. Siempre estuvieron presentes, a veces algo menos, otras algo más, pero ocultados; antes más en el campo, ahora en la ciudad. Ocultados por políticas económicas que desde hace dos décadas anuncian que el mercado, cual varita mágica, los hará desaparecer, y por políticos sin ideas o propuestas que los ven como un fenómeno indeseable, pero inevitable.

Peor aún, están los que opinan que los pobres son así porque quieren serlo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología