Bajo este título, Carlos Meléndez acaba de publicar un texto imprescindible para entender la política peruana en estos días, tanto porque echa luces sobre lo que llama (y argumenta con evidencia) el “populismo silvestre” de Pedro Castillo, que le permitió prevalecer en la elección presidencial del 2021 sobre otros candidatos que no lograron posicionarse del todo en contra del ‘establishment’, y por el índice de demanda populista que mide en encuestas nacionales en el Perú en dos ocasiones distintas. Son principalmente esos dos capítulos los que le dan el carácter empírico y novedoso al libro, y es su principal contribución a la discusión actual en mi opinión.
En primer lugar, del lado de la oferta política, ceñida a la elección del 2021, el autor demuestra cómo el éxito electoral de Pedro Castillo puede ser explicado en gran medida por la unión de una ideología delgada, como el populismo simbólico e identitario del profesor chotano –que lo lleva a definirse ideológicamente como un “hombre del pueblo”–, con una ideología gruesa, arrendada del marxismo-leninismo-mariateguismo de Perú Libre. Dicha combinación resultó ser la más efectiva para posicionarse en contra del statu quo y del ‘establishment’ político, económico y cultural en la elección.
En segundo lugar, del lado de la demanda populista, Meléndez se propone desnudar seis mitos sobre el populista peruano gracias a la incorporación de preguntas que buscan medir actitudes populistas entre la ciudadanía en dos encuestas nacionales aplicadas en junio del 2019 y marzo del 2021. A la pregunta “¿Qué tan populistas somos los peruanos?” surgen respuestas que son interesantes y que dejo a sus lectores disfrutar, pues permiten una mirada comparada, dada la aplicación del mismo índice de actitudes populistas en otros países de la región y del mundo.
Y también abre interrogantes sobre la relación entre ambas dimensiones, entre la oferta y la demanda populista. Por ejemplo, sobre la direccionalidad del fenómeno en tiempos en los que nos gobierna un populista con récords de impopularidad a menos de un año de llegar al poder y que parece mostrar los límites de ese populismo silvestre. Todo esto, en una coyuntura en la que discutimos la castración química, la pena de muerte y la salida del Pacto de San José; todas medidas populistas que el Gobierno anuncia en busca de una respuesta positiva por parte de la ciudadanía ante un crimen atroz.
Pasada la discusión sobre la oferta y la demanda populista, basadas en evidencia empírica valiosa, las partes más débiles del libro son precisamente cuando se aleja de la divulgación científica que se traza como objetivo y cae en algunas taras que Meléndez critica en otros autores. Sorprende la atención desmedida al Partido Morado, inversamente proporcional a su arraigo electoral, que me parece exagera su lugar en la política como portaestandarte del llamado republicanismo. Y, finalmente, aunque hay críticas atendibles y sustantivas al “republicanismo”, algunas “chapas”, comparaciones y adjetivos eran prescindibles, en línea con la costumbre que el propio autor rechaza en otro pasaje.
Más allá de esos comentarios, el libro es muy útil para medir la temperatura política en estos últimos años en los que parece haber florecido un antielitismo y una visión maniquea del mundo que se reflejan en una creciente polarización, también destacada por el autor, en un contexto de alta informalidad que es tierra fértil para esas expresiones. Las tendencias populistas en contra del ‘establishment’, que pueden aparecer loables, se construyen sobre la base de un rechazo a los principios de la democracia liberal, como el pluralismo, y esa es una amenaza para nuestra precaria institucionalidad política.