Como se sabe, el fascismo fue un inhumano movimiento que surgió en Europa entre las dos guerras mundiales. Si bien se consolidó en Alemania e Italia, tuvo vigencia en otros países, incluso llegando a Brasil. En este país se fundó la Acción Integrista Brasileña, liderada por Plinio Salgado, que tuvo más de un millón de afiliados y fue considerado, después de los movimientos alemanes e italianos, como el que tuvo más seguidores. En cuanto a Francia, el Partido Popular puede haber sido un remoto precursor del actual Frente Nacional, que lidera Marine Le Pen. Por su parte, Primo de Rivera fue el ideólogo del fascismo español.
Importantes pensadores han definido el fascismo. Erick Fromm sostuvo que se produce, entre varios factores, por el “miedo a la libertad” y el estadounidense Talcott Parsons dice que nació para responder a una crisis del ‘establishment’, producto de lo que denomina “el incremento de las anomias”. Según Parsons, el fascismo se produce por “la falta de integración, bajo diversos aspectos, entre muchos individuos y los modelos institucionales constituidos”.
Desde el punto de vista político es autoritario o totalitario (Alemania e Italia), populista de ultraderecha y estatista-militarista. Es un movimiento racista, antidemocrático, antiliberal, anticomunista y ultranacionalista.
¿En este siglo existe algo así? ¿Están surgiendo en el mundo, incluso en el Perú, movimientos con estas características? Difícil que la historia se repita, pero hay indicadores preocupantes de movimientos con características fascistas o fascistoides que están surgiendo como respuesta al neoliberalismo y a la democracia. A esta la utilizan para llegar al poder para luego violar deliberadamente su necesario equilibrio y el pluralismo ideológico y partidario, concentrándolo en el presidente y su entorno más fiel. En la mayoría de los casos, son radicales de derecha que en el Perú a algún ingenioso se le ocurrió llamarla “bruta y achorada”.
Enzo Traverso, profesor en Cornell University, conocido estudioso tanto del nazismo y sus consecuencias como de la violencia totalitaria, sostiene que en el siglo XXI hay un posfascismo, que si bien tiene rasgos similares al anterior, pretende ser una respuesta a los problemas que han surgido en la globalización.
El posfascismo es una mezcla de autoritarismo, conservadurismo, populismo, xenofobia, homofobia, islamofobia y desprecio a la diversidad cultural. Para Traverso esta especie de fascismo “es el síntoma de un sistema político tambaleante, en el cual, carentes de base social, los partidos de derecha y de extrema izquierda se entregan a nuevas formas de comunicación que los hacen abandonar su línea tradicional”.
En este caso la gama es amplia, porque esta definición abarca desde Donald Trump hasta el Estado Islámico (EI). La ultraderecha de Tea Party y el fundamentalismo religioso son “una forma peculiar de destrucción de la política”. Pero desde la otra mirada, y siguiendo al autor mencionado, “el EI es una respuesta agresiva frente a un mundo neoliberal extremadamente violento, donde la lógica del mercado impone el individualismo y la competencia en todos los planos de nuestra existencia”. Según el criterio de Traverso, tanto el fundamentalismo islámico y las derechas radicales son sucedáneas de utopías que han desaparecido. La sociedad globalizada posmoderna y con tendencia a una mayor robotización es distópica, al menos por el momento.
¿Y en el Perú? Un rápido vistazo de la composición del nuevo Congreso nos permite ver algo de este posfascismo en algunos partidos que son de discurso y práctica autoritaria, xenófoba, racista, fundamentalista y homofóbica. Pero también tenemos partidos democráticos pluralistas. Ambos grupos se van a confrontar. Una muestra es que los dos congresistas más votados expresan dichas tendencias. Uno autoritario y represivo, el otro demócrata, liberal y progresista.
El cerebro político de los peruanos está dividido entre la represión autoritaria y la liberación democrática. Esto también está sucediendo en otros países.
¿Cuál es la salida? A más autoritarismo, más democracia, si es que no queremos pasar del menos malo de los gobiernos (Churchill) al peor de todos: la despreciable dictadura.