El crecimiento de la intención de voto por Rafael López Aliaga que registran de un tiempo a esta parte las encuestas ha generado preocupación en todos los sectores políticos, pero en ninguno tanto como en la denominada izquierda ‘caviar’. Mientras que en los predios de Victoria Nacional o Fuerza Popular esa preocupación se ha limitado a los comandos de campaña, en el territorio de Juntos por el Perú el temor se ha esparcido también entre los votantes. Como si no tuvieran ya suficientes problemas con la supervivencia apretujada a la que los ha obligado la expansión de Lescano y la irrupción de Pedro Castillo en el sur, ahora resulta que se les puede colar en la segunda vuelta un postulante que representa la antítesis de todo aquello que tan esmeradamente han venido promoviendo en los últimos años.
En la medida en que hablamos, además, de una segunda vuelta en la que ellos están lejos de tener un ticket asegurado, el temor por momentos se vuelve pánico. ¿Qué será del impuesto a la riqueza con el que soñaban con furia purificadora? ¿En qué quedarán los planes de traerse abajo el modelo económico para instaurar un intervencionismo como los de antes? Y sobre todo, ¿qué destino ingrato le espera a la agenda “de género” con la que habían conseguido hacer retroceder hasta a la misma gramática?
–Rayadazo–
Con esas perturbadoras interrogantes en mente, todos y todas corren en zozobra de un lado para el otro como si hubieran visto un monstruo… y no se dan cuenta de que son precisamente los rasgos grotescos lo que le pone límites a la candidatura ultramontana.
Según parece, el señor López Aliaga nunca fue muy modoso en su forma de expresarse, pero su crecimiento en las encuestas le ha provocado un desborde de destemplanzas que, más temprano que tarde, habrá de pasarle factura. A sus célebres apuntes sobre lo que le diría a una niña violada y embarazada (“Te pongo en un hotel de cinco estrellas, con piscina y todo, con tu alimentación y todo, y a los nueve meses decides si quieres quedarte con tu bebé o das tu bebé en adopción”) o sus propuestas de alternativas a los que buscan la eutanasia (“Si te quieres matar, te subes a un edificio y te tiras”), ha venido a sumar recientemente el trato agresivo a una periodista que no necesariamente disentía de sus ideas políticas (“Estás hablando piedras”, le espetó gratis a Milagros Leiva en medio de una entrevista amable). Y como para que no quepan dudas de que ha sido visitado por la ‘hybris’, ha decretado el imposible retiro de la carrera electoral de su compañera de fórmula presidencial Neldy Mendoza (el plazo para hacerlo venció el 10 de febrero) y la expulsión partidaria de su candidata al Congreso por Pasco Aracely Castillo Neyra. Ambas, bruscamente incómodas a raíz de sus propias incursiones en el desatino verbal: una práctica que, al parecer, López Aliaga reserva solo para sí en Renovación Popular.
Pero eso no es todo, amigos. Se le ha dado también al sosias local de Porky por proclamar que él “no debería de necesitar mascarilla” porque al haber padecido el COVID-19 ya generó anticuerpos contra el virus, y por afirmar que solo se la pone “porque si no, toda la prensa ‘mermelera’ de Lima” lo persigue. Para cerrar el rosario de despropósitos, ha sellado, por último, una alianza con los reservistas del Frente Patriótico Democrático que lidera Virgilio Acuña (hasta hace poco socio político de Antauro Humala), de la que hasta su escudero, el almirante Jorge Montoya, ha tomado distancia.
Tan descontrolado anda el aspirante presidencial celeste, que Keiko Fujimori (cuya intuición política nunca ha destacado por lo afilada) ha detectado las señales y ha sentenciado: “ese señor está rayadazo”. Y daría la impresión de haber tocado un nervio.
Los únicos que no parecen percibir la inquietante desmesura en la conducta del personaje en cuestión son, pues, los temblorosos muchachos del morral y la chalina a los que aludíamos al principio, y en esta pequeña columna creemos saber por qué.
–Cree o muere–
Ocurre que, con su prurito de querer decir “cuerpa” allí donde los hablantes no infectados por la sandez dicen “cuerpo”, ellos son en buena cuenta el revés de la misma moneda. Su beatería a propósito de su propio catecismo y el fervor con el que le quieren imponer su visión del mundo a los demás no guarda demasiadas diferencias con la cruzada misionera de los ultramontanos. Unos usarán capucha y los otros, boina. Unos se colocarán el cilicio en la cintura y los otros en la lengua (para aprender a decir “cuerpa”), pero al final practican la misma doctrina del “cree o muere”.
Ojo: nadie dice que cada comunidad política o religiosa no tenga derecho a creer las cosas que cree de un modo radical y terminante. Lo que discutimos es el afán de implantarle sus creencias al resto del mundo a la fuerza.
Sea como fuere, al estar envueltos en un torbellino semejante al del candidato de sus pesadillas, los llamados ‘caviares’ simplemente no son capaces de notar que su pánico es exagerado. Y eso, en medio de tanta desazón por la pobreza de la oferta electoral, por lo menos resulta divertido.
El postulante celeste, nos inclinamos a pensar, acabará siendo víctima de su desmesura. Pero mientras tanto, para reírse un rato, provoca gritarles a los que le tiemblan: ¡cuerpa a tierra!
Contenido sugerido
Contenido GEC