Urpi Torrado

La reacción frente a un hecho varía dependiendo de las personas, sus circunstancias y sus expectativas. Luego, se suele racionalizar la reacción y buscar justificaciones que sustenten dicha posición. La encuesta de Datum y El Comercio publicada el domingo evidencia el deterioro de la situación política actual. Si bien la se mantiene con una aprobación del 3%, sus ministros continúan incrementando su desaprobación. Las reacciones han ido desde el “sí, pues, nadie la quiere”, hasta el odio explícito, con llamados a su renuncia. Aunque estas posturas coincidan en la desaprobación, el fondo que las sustenta es profundamente distinto.

Aunque hay muchos matices en la gama de sentimientos, lo preocupante son los extremos. En un extremo del espectro está la indiferencia, donde están quienes no quieren ver más allá, no tienen una visión de futuro y se centran en el presente. Para ellos, la prioridad es la estabilidad política para que la economía se recupere y se den las condiciones para salir adelante. No les preocupa la desaprobación de Dina Boluarte porque están seguros de que los peruanos sabemos salir adelante, pues el Perú lo hizo a pesar de malos gobiernos, dictaduras, hiperinflación y terrorismo.

Lo que este grupo no ve es el otro extremo. Aquellos que hoy sienten rabia profunda. Aquí se encuentran quienes no tienen nada que perder, sienten la ausencia del , no creen en el crecimiento de los últimos años y tampoco son optimistas respecto del futuro. Para ellos, el futuro es sombrío y la estabilidad política carece de significado. Si bien este grupo todavía es pequeño, no debería subestimarse, pues implica un potencial riesgo para el país.

Estas diferencias son importantes y no deben ignorarse. Pretender que el país es inmune a la es un error. El impacto es distinto y las reacciones, también. La indiferencia de hoy podría convertirse en una protesta masiva mañana. La historia reciente demuestra que, cuando los ciudadanos se sienten ignorados, su respuesta puede ser radical: desde elegir líderes que desafían el sistema hasta tomar las calles. Se sabe que la pobreza ha aumentado y que muchas personas viven en una economía de subsistencia, al día, pero eso no quiere decir que eventualmente no terminen protestando. Otro posible escenario es que ese odio no se manifieste hoy, pero eventualmente lo hará, quizás en decisiones que desafíen el sistema actual, como ya ocurrió en elecciones pasadas. La falta de una visión de futuro que integre y aborde las necesidades de todos los sectores de la sociedad solo profundiza estas divisiones, alimentando el descontento y la desconexión.

Aunque el presente es importante, es necesario mirar más allá. Confiar únicamente en la resiliencia de los peruanos y asumir que el país avanzará en “piloto automático” es una estrategia insuficiente. El progreso requiere liderazgo, planificación y acciones concretas que reduzcan desigualdades y restauren la confianza en las instituciones. Esto pasa por fortalecer las instituciones, priorizar la inversión en educación, generar empleo formal y garantizar que los beneficios del crecimiento lleguen efectivamente a todos los rincones del país.

Más allá de las distintas reacciones, hay un denominador común: la falta de confianza en las instituciones y en quienes las lideran. Estas reacciones no pueden ser ignoradas ni minimizadas. La indiferencia de algunos sectores no debe interpretarse como conformismo, ni la rabia de otros como un fenómeno aislado. Entre ambos extremos, existe una diversidad de sentimientos que también merecen ser analizados y comprendidos. Todos estos reflejan un país que necesita urgentemente un cambio de rumbo y líderes capaces de canalizar el descontento hacia oportunidades que construyan un futuro más equitativo y cohesionado.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Urpi Torrado es CEO de Datum Internacional

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