La vida es una serie de líneas, pero también un haz de círculos y repeticiones. En el Perú parece que reproducimos procesos históricos en los cuales hay periodos de inestabilidad e incertidumbre (como el de ahora) con otros de autoritarismos, tal como algunos anuncian para un futuro no lejano. Pero los deseos de tiempos mejores vienen de un instinto colectivo. Como individuos y como grupo necesitamos de alguna fecha que suponga una promesa. Estamos celebrando y a la vez cancelando. Algunos muñecos de políticos odiosos serán quemados mañana. Por ahora solo nos queda la certeza de que, con todos sus problemas y desafíos, el Gobierno de hoy es sustancialmente mejor al que terminó sus funciones el 7 de diciembre. Ya eso, como ha escrito Augusto Álvarez, debería darnos alguna esperanza.
De los muchos problemas que enfrenta el Gobierno, uno de los más amenazantes es la ley de contrarreforma a la Sunedu que ha aprobado el Congreso. Está claro que, al alterar su composición, es una limitación de su función como ente fiscalizador y que es un atentado contra la calidad de la educación en nuestro país. La educación es nuestro único camino. Limitarla o cercarla en favor de intereses particulares es una afrenta al futuro de todos.
Y mientras tanto, una de las apuestas para el año que viene es la reaparición de los disturbios, que puede llegar pronto. “Ojalá que no haya. Necesitamos trabajar”, me dice una de las vendedoras en el mercado. Por otro lado, una tarea ineludible en el Gobierno es encontrar a responsables de las muertes. Todas son terribles, entre ellas la de Edgar Prado, que murió tratando de ayudar a uno de los manifestantes, según ha dado cuenta El Comercio.
Una parte de nosotros no puede olvidar todo lo que ha ocurrido y la otra quiere mirar hacia adelante. Estamos hechos para aspirar a ser otros, y esa es la promesa de Año Nuevo más frecuente. Espantar a los monstruos que heredamos.
En la cultura china, el Año Nuevo se iniciará el próximo 22 de enero, bajo la tutela del Conejo del Agua, vigía de la rapidez y el ingenio. La festividad está asociada a la presencia del monstruo Nian, que llega en esas fechas a devorarlo todo. Según la leyenda, un día el monstruo apareció en una localidad y se encontró con un lugareño vestido de rojo. Al ver el color, el monstruo retrocedió. Asustado, el hombre rodó la montaña, lo que hizo sonar el cubo de metal que llevaba. Al oír el ruido, Nian huyó despavorido. Ese es el origen de la presencia del color rojo adornando muchos locales (entre ellos, los chifas) y de la tradición de los petardos en la noche de Año Nuevo. Hay que espantar al monstruo.
Hablando de ruido, según Thomas Mann, “el tiempo no hace ningún ruido cuando realiza sus transformaciones. Somos nosotros, los humanos, quienes lanzamos fuegos artificiales y hacemos ruidos en los años nuevos”. A propósito, Oscar Wilde afirmó que “las resoluciones de Año Nuevo son cheques que los hombres le hacen a un banco en el que no tienen cuenta”. Muchos estarían de acuerdo con esta definición de Mark Twain sobre el Año Nuevo: “El pretexto que muchos encuentran para emborracharse”.
De cualquier modo, es la única celebración verdaderamente planetaria y en estos tiempos se opone a un mundo incierto. Las consecuencias de la guerra europea, la furia de los talibanes y la pérdida de fe en la democracia son señales persistentes. Algunos han decidido que todo irá para peor. Pero mañana hasta los más escépticos querrán abrazarse con alguien.